JAVIER A. BARRERA B. | El Nuevo Siglo
Sábado, 29 de Junio de 2013

El nombre de la guerra

 

Después  de darle algunas vueltas al tema de las peticiones de las Farc, de repensar mis posiciones para tratar de entender más de lo que en ocasiones se logra, me surgió una duda sobre la guerra en Colombia. ¿Cuál es el nombre de la guerra colombiana?

Una duda más importante de lo que yo incluso creí en el momento en que me la planteé. Colombia lleva más de medio siglo enfrascado en una guerra que en realidad nunca ha tenido nombre,  y creo que es uno de los factores que más contribuyen a que las negociaciones nunca hayan llegado a buen término.

Sospecho que las Farc sostienen que pelean por “el pueblo”, aunque en realidad el apoyo popular que puedan tener es producto de la opresión o de la demagogia mentirosa que vende la idea de un país que existe sólo en la cabeza de su anacrónica dirigencia.

Tan anacrónica que creen que la izquierda no puede hacer política en Colombia, negando de tajo todos los logros que dicha ideología ha alcanzado en términos de representación nacional. ¿Qué muestra más clara que las últimas 3 administraciones de la capital?

Supongo también, que si alguien les preguntara, ellos negarían rotundamente que su guerra esté comprometida con la defensa del narcotráfico. No importan los motivos de su accionar, la verdad es que su guerra es también una guerra por el control de la droga en Colombia.

Está también el Estado. Un aparato burocrático que, en Colombia, ha servido como plataforma y fuente de recursos de una clase política más concentrada en alimentar su ego y sus finanzas que en construir un orden nacional relevante. La guerra de ellos es la de un interés personal principalmente.

Para la muestra la recua de expresidentes, delfines y camaleones que cambian de opinión como quien cambia de medias, que manosean al país como si este fuera su empresa personal.

Preguntarnos ¿cuál es el nombre de la guerra? Serviría para “significar” toda la sangre, todos los recursos y todas las vidas desperdiciadas. Historias truncadas, perdidas en un propósito que aparentemente nadie entiende y que puede tener tantos versiones como actores.

En mi opinión, si la paz es un propósito, si los diálogos quieren ser efectivos, una pregunta tan sencilla como ponerle un nombre a la guerra se convierte en la verdadera ruta de navegación sobre la que se deberían evaluar propuestas y construir acuerdos.

Finalmente concluí que el nombre debería ser no sobre una guerra sino sobre varías, algo así como las guerras de Colombia. Guerras por poder político, por poder territorial e incluso por poder jurídico.

Guerras producidas por luchas a las que su “causa” fue excedida por las posibilidades que se abren cuando se pelea por el monopolio de la violencia.

@barrerajavier