JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 28 de Agosto de 2013

La protesta

 

No es buena política de los gobiernos la de ignorar, ocultar, minimizar o estigmatizar la protesta, pues al hacerlo, lejos de sofocar las manifestaciones en su contra, provocan el aumento de las mismas y empeoran las cosas. Tampoco es bueno reducir toda protesta a un problema de orden público, susceptible de ser tratado exclusivamente por la fuerza pública, porque las protestas reflejan problemas de fondo que deben ser estudiados, considerados  y evaluados por quienes ejercen el poder, que son mandatarios de quienes protestan.

“Protestar”, según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, significa “expresar alguien impetuosamente su queja o disconformidad”.

Mientras sea pacífica, la protesta no es solamente un natural y legítimo desfogue del descontento sino un verdadero derecho que hace parte de los fundamentales, ya que es una forma de la libertad de expresión, garantizada en las constituciones y en los Tratados Internacionales sobre Derechos Humanos.

La protesta -repito: pacífica- es una forma eficaz de comunicar al gobernante que algo va mal; que hay equivocaciones; que se está causando daño a un grupo de personas; que algo se debe revisar; que algo se debe corregir; o que existen problemas de los cuales no es consciente el gobierno. Se trata de un mecanismo inherente al concepto de libertad, y en una democracia significa que el titular de la soberanía -el pueblo- reclama a sus mandatarios el respeto o la salvaguarda de sus derechos o prerrogativas y el cumplimiento de las obligaciones oficiales.

Es lo que hemos visto en Colombia a lo largo de los diez días que hoy cumple el paro nacional agrario -que el presidente Santos, contra los hechos tozudos, consideraba inexistente-, y en especial lo que se ha contemplado en las plazas mayores de varias ciudades, entre ellas la de Bolívar en Bogotá, en donde se han reunido miles de personas que protestan mediante el pacífico procedimiento de golpear ollas y cacerolas.

¿Qué buscan? Ante todo, que el Gobierno vea, oiga y entienda que hay descontento. Que reciba el mensaje en el sentido de que en las ciudades se está respaldando a los campesinos y que existe solidaridad con el paro. Que el Ejecutivo corrija el rumbo de la política económica, y que revise y modere su enfermiza tendencia a celebrar tratados y más tratados de libre comercio sin preparar nuestra economía  y sin la adecuada protección para la producción nacional, que si no es competitiva se quiebra.