JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 27 de Diciembre de 2013

Incidente contra derechos

 

El  Estado colombiano, tradicionalmente obstinado en abstenerse de reconocer sus propios errores, se inclina ahora por despojar a los ciudadanos de la valiosa herramienta contemplada en el artículo 90 de la Constitución, a cuyo tenor el Estado responde patrimonialmente por los daños antijurídicos inferidos a las personas como efecto de las acciones u omisiones de sus agentes.

Esta norma es propia del Estado Social de Derecho, busca realizar el valor de la justicia y rescata para los gobernados la posibilidad de reaccionar por la vía judicial contra la arbitrariedad y los atropellos de las autoridades, y en particular de aquellos altos funcionarios que, prevalidos de sus poderes  lesionan sin compasión los más elementales derechos y las garantías constitucionales de los asociados, y aspiran a que, como en el caso de Luis XV, el diluvio venga mucho después de su retiro.

Como, además, el Estado no suele hacer uso de la acción de repetición, los verdaderos culpables de las condenas contra la Nación y los entes estatales no sufren sanción alguna, ni siquiera son procesados, y sus acciones u omisiones quedan impunes.

Se afirma ahora que, en cuanto las pretensiones de los demandantes son muy altas, se ha de derogar o hacer inútil la norma constitucional; restringirse los tribunales al fallar, y en lo posible no condenar al Estado. No importa que en verdad, según lo probado en los procesos, los daños causados, el nexo causal y las acciones u omisiones apunten a estructurar una real responsabilidad patrimonial estatal. Y, claro, en ese enfoque, los derechos de las personas  vienen a ser lo de menos. El Estado se la juega completa por lograr el menor número posible de condenas, o la ineficiencia de las ya proferidas y en firme, acudiendo a un malévolo sistema procesal que se ha denominado “incidente de impacto fiscal”, aprobado en el Acto Legislativo 3 de 2011, es decir, hoy parte integral de la Constitución pero concebido contra ella, y ahora desarrollado por recientes normas legales, cuya principal finalidad consiste en neutralizar las sentencias dictadas o en lograr su modificación, modulación o postergación.

Es, ni más ni menos, el Estado defraudando al ciudadano; poniéndole conejo; eludiendo su responsabilidad; frustrando la conquista legítima de muchos demandantes cuyos derechos y garantías fueron violentados, todo en aras de una inaceptable “sostenibilidad fiscal”.

Mensaje a los funcionarios: atropellen al ciudadano, que no pasa nada.