JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 10 de Septiembre de 2014

Tolerancia

 

El suceso reciente de un joven suicida nos mueve a la reflexión. De acuerdo con la Constitución colombiana, esta es -o debería ser- una sociedad pluralista, lo cual significa que sus miembros se aceptan y respetan mutuamente, con independencia de sus diversas condiciones y características. Se trata de un principio superior indispensable para la convivencia. En el fondo del concepto está el reconocimiento de la dignidad humana por encima de las diferencias.

El pluralismo exige tolerancia, es decir, la capacidad de cada uno de admitir que en el seno de la comunidad puedan vivir su vida y ejercer sus derechos con libertad personas distintas en cuanto a origen, raza, nacionalidad, convicciones religiosas, inclinación política, condición sexual, estrato social, nivel de ingresos, o cualquier otro factor accidental. Lo importante es, en últimas, la respetabilidad del ser humano en su esencia. Cuando se discrimina o se persigue a una persona por causa de una de sus características propias, se ofende el derecho a la igualdad y se irrespeta la dignidad humana.

La paz comienza por la tolerancia y por el reconocimiento y aceptación del otro, dentro de un concepto pluralista. Por el contrario, la intolerancia, la discriminación, el matoneo, el apartheid, el racismo, el fundamentalismo religioso… son formas de violencia.

Hasta aquí el deber ser. Pero en el plano de la realidad, pese a los Tratados Internacionales celebrados por Colombia y a la reiterada jurisprudencia de la Corte Constitucional en torno de estos principios, no todos los integrantes de nuestra sociedad han comprendido los conceptos de pluralismo, tolerancia, respeto a la dignidad de la persona humana. Resulta increíble pero en Colombia encontramos todavía compatriotas racistas; sectores intolerantes para quienes la religión que profesan es la única verdadera; extremistas de izquierda y de derecha que no admiten la existencia de concepciones políticas distintas a las suyas; elites sociales que desprecian al campesino y al obrero; establecimientos educativos que expulsan a jovencitas embarazadas en vez de brindarles apoyo y protección, o que persiguen a personas por causa de su orientación sexual. En otros términos, se sigue discriminando en pleno siglo XXI, en el seno de una sociedad que ambiciona vivir en paz. Y la paz es imposible sin la tolerancia.

No se olvide que la esencia humana -unión sustancial entre lo material y lo espiritual- nos hace a todos iguales, sin consideración de los elementos accidentales que nos diferencian.