Los jóvenes están sufriendo graves consecuencias por la pandemia. Los “ninis” -población entre 14 y 28 años- que ni estudia ni trabaja- aumentaron 11 puntos frente al mismo periodo del año pasado. Esto equivale a 1,2 millones adicionales, para una tenebrosa cifra de 3.5 millones de jóvenes, el 33% de esa población, que ni se están preparando para una vida productiva, ni la tienen. Y por supuesto, las mujeres son las más afectadas con el 42%, frente al 23% de los hombres. La exclusión de un tercio de la población joven no es un tema menor. La pregunta por su porvenir es un asunto que como nación debemos contemplar. Hoy muchos son soportados por sus padres, ¿Pero qué viene para ellos? ¿Podrán insertarse en la vida laboral en algún momento? ¿Qué tan rezagados estarán para hacerlo?
Además, la pandemia llevó la tasa de desempleo juvenil a los niveles más altos conocidos, casi dobla el promedio de desempleo general. En septiembre 2020, el 29,7% de los jóvenes que buscaban trabajo no lo conseguían, frente al 16,3% del promedio nacional. Y otra vez, el desempleo juvenil femenino es mayor, con el 37,7% frente al 24,1% masculino. La crisis económica ha sido especialmente severa con el empleo juvenil: de los 2.4 millones de empleos que se destruyeron en septiembre, 1.4 millones fueron de jóvenes. El 45,9% de los empleos jóvenes en los sectores de alojamiento y comida y el 33,2% de los empleos en actividades artísticas o de entretenimiento, desaparecieron.
La salud mental de nuestros jóvenes da cuenta de un terrible malestar. El suicidio juvenil es ocho veces más alto que el de la población general. Puede tener que ver con todo lo que hemos expuesto; y también con las dramáticas cifras de maltrato y abuso de menores. Según las cifras del ICBF el abuso de menores viene creciendo: pasamos de 7.096 casos en 2014 a 12.945 en 2018 y 22.669 en 2019 (cifra en exámenes realizados en Medicina Legal), donde un poco más de la mitad tienen seguimiento por el ICBF. Estas cifras ya aterradoras, tuvieron un aumento del 30% durante la pandemia, según la Fiscalía.
A esto hay que agregarle el embarazo adolescente, un problema de gran complejidad. En Colombia tenemos 58,8 nacimientos por cada 1.000 mujeres entre 15 a 19 años, muy por encima del nivel mundial que es de 43,9. Este es uno de los dramas que padecemos de manera silenciosa; pocas o nulas son las políticas públicas para atenderlo. Niñas teniendo bebés significan graves riesgos para su salud, y grandes limitaciones en sus posibilidades y las del hijo. En los estratos más pobres el embarazo adolescente llevará, con mayores posibilidades, a engrosar ese 40,7% de hogares colombianos que dependen de una mujer sola.
Demasiados jóvenes colombianos no trabajan, no estudian, no encuentran empleo, son violentados en sus casas y tienden al suicidio. Aún más mujeres jóvenes padecen todo aquello agravado por el embarazo adolescente para el que no tienen preparación física ni mental, que las llevará a ser madres cabeza de hogar. Colombia tiene que concentrar sus esfuerzos en su juventud. Es el presente y de ellos pende el futuro. Ante esta desolada realidad es un deber actuar. Deberíamos mirar la revolución de la automatización de la inteligencia artificial y la robótica como una oportunidad para nuestros jóvenes; pero se requieren cambios drásticos en la educación.