Ver para creer
A un mes de culminar la primera parte del año, Colombia es un manojo de expectativas, proyectos, ilusiones y pálidos aciertos que restan, en total, credibilidad a todo, ante situaciones que de súbito aparecen en el devenir de los días.
Como país presidencialista, las expectativas se centran en el viraje del Gobierno con los cambios en su Gabinete para cumplir el propósito social, gracias al crecimiento económico y a la participación en las grandes ligas de economía internacional.
El Primer Mandatario juega su prestigio ganado en los primeros meses de la administración y plantea el reto de cumplir sus metas en vivienda, empleo e infraestructura, a riesgo de cargar con el calificativo de “populista”, sin dejar de precisar que es opinión de quienes conservan el fanatismo partidista y regional de hace 60 años.
Las frustraciones están en el paso lento para responder a las víctimas del invierno y atender, entre otros ofrecimientos, el acelerar la reconstrucción de Gramalote en Norte de Santander.
El acierto es la anticipación del TLC con E.U., pese a la duda, por sus eventuales beneficios, para que funcione con equilibrio comercial de doble vía, aunque sin carreteras, sin puertos y sin aeropuertos.
Entre los proyectos están los acercamientos con China y Corea para hacer obras de infraestructura, dos países que no dan puntada sin dedal. En lo económico actúan con aparente estilo democrático, por dentro son dictaduras.
Válido recordar que los asiáticos ofrecen facilidades para hacer obras a cambio de reclamar mercado libre para sus productos de buena, regular y mala calidad.
Sigue como ilusión el supuesto modelo nacional de Salud, en medio de la pesada madeja de investigaciones a las EPS. Nadie sabe cómo aterrizará el anunciado sistema unificado.
Tampoco se conoce el destino de la Reforma a la Educación; ni Bogotá, ni el país aguantan más manifestaciones que, aunque democráticas, dejan grandes pérdidas. Nadie responde por los destrozos.
En las intenciones se anuncian próximas concesiones viales para varias zonas del país; otra cosa sucede cuando se adjudican, porque comienzan las demandas de expertos en sacarle dinero al Estado.
Para completar, Bogotá navega sin rumbo. El Metro parece que tomó camino al archivo. De estudio en estudio, consume recursos económicos y deudas que lo llevarán al olvido. El destino está trazado por el cerrado criterio del mandatario local.
Bogotá y el país están enredados, aunque con marcadas diferencias, en los estilos de cada gobernante. Los proyectos y las promesas superan las realidades; la expresión ciudadana es la misma de hace décadas: ver para creer.