JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 14 de Enero de 2013

Los hijos de la señora Ming

 

UNA  novela mágica, de hermosura única, cerró para mí la temporada de fin de año. Se trata de un libro que se lee de un tirón, dejando en vilo necesidades y obligaciones. Les dix enfants que Madame Ming n’a jamais eus (Albin Michel, 2012) del escritor francés Eric Emmanuel Schmitt relata la vida de un personaje de dimensión desconocida, la señora Ming, ejecutiva de la China del siglo XXI, para quien hablar de sus diez hijos (si, como se lee, diez en plena China de hoy) es un rito acabado. La señora Ming, dice contar en efecto con diez hijos escondidos en la dispersión de la China inmensa. La confesión se la hace a lo largo de encuentros breves, fortuitos y alucinantes a un ejecutivo francés, en un hotel de la pujante provincia de Guangdong, donde coinciden una y otra vez. La novela es el recuento del europeo asombrado.

Así empieza a entrecruzarse una combinación de recuerdos personales de la mujer con visiones de esta nación milenaria que en pocos años ha mutado su cara pero mantiene inalterados los principios del confucianismo y los más recientes del maoísmo. «La senora Ming tiene la cabeza redonda, los dientes finos, tiernos y ovalados como pepinos frescos, y me evoca una manzana madura pero tensa y templada, sin pliegues, exactamente opuesta a la flacidez de las acelgas», dice el perceptivo ejecutivo francés en su recuento. Y en la anciana China, imperio boyante cuando Europa moría de hambre en el siglo XV, debe morar la señora Ming.

La proyección de su parábola vital se mide hoy en dinero producido, estricta observancia de los códigos y símbolos del maoísmo y reverencia formal al confucianismo. En lo profesional, la señora Ming es reina de un universo corporativo, diosa absoluta que desafía la sumisión femenina propia de sus ancestros. En lo social es maoísta y sus invocaciones al igualitarismo tienen la regularidad de quien limpia mecánicamente sus dientes. Sin reflexionar ni darse cuenta. Y juega un tercer factor, omnipresente pero huidizo, encarnado por el confucianismo que gobierna sus emociones y el culto al más allá. Y es aquí donde la situación se vuelve difícil.

La señora Ming le confía a su interlocutor que en silencio y secreto total ha venido engendrando un número de criaturas que llega a diez. Viven hoy escondidas en diferentes puntos de  China gracias a la complicidad de amigos que comprenden lo que ha hecho y le han extendido su solidaridad. Viene violando la ley en forma seria y podria enfrentar penas muy duras del sistema judicial.

La novela entra entonces a narrar las peripecias de una mujer dentro del país del hijo varón único donde, hasta hace poco, prueba de sexo femenino significaba muerte para el ser sin nacer. La señora Ming es tirana despiadada con sus centenares de trabajadores para quien son normales jornadas dobles de trabajo sin remuneración proporcional. Y robótica maoísta del igualitarismo de bramido fuerte.

Fértil aún, colmada de vida vuelve a las raíces de sus antepasados y culto a la familia. Sus confesiones al asombrado francés son poesía densa de dolor de una mujer a quien el Estado trastorna la armonía inherente a su alma. Pasadas algunas páginas se empieza a dudar de la verdad de los 10 hijos de la señora Ming y se concluye sin realidad sabida. Queda solo el triunfo secreto de la fe sobre golpes de hecho de maoísmos redivivos y neoliberalismo. Los diez hijos que nunca tuvo la señora Ming es la nueva obra maestra de Schmitt, Gran Premio 2001 de la Academia Francesa.