JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Domingo, 17 de Marzo de 2013

El ojo de la aguja

“Economía global genera responsabilidades de equidad y justicia estructural”

El papado de Jorge Mario Bergoglio tendrá su columna vertebral en la defensa de los pobres. No debe esperarse del papa Francisco un simple ejercicio retórico del fenómeno de la pobreza, sino la rearticulación de la posición de la Iglesia Católica en el problema. Juan XXIII se concentró en el aggiornamiento interno y abrió las ventanas en busca de aire fresco. Pablo VI, el gran papa olvidado, hizo énfasis en el ecumenismo con los primeros viajes de un pontífice a Tierra Santa, Turquía y el Lejano Oriente. A Juan Pablo II le correspondió ser coartífice de una nueva era histórica y Benedicto XVI deja un legado fundamental sobre el cual apenas empieza el análisis.

Desde la década del 60 golpeaba las puertas la temática importante de la teología de la liberación. Que no era una necedad transitoria de un grupo de religiosos envenados de odio sino la expresión postergada y finalmente configurada del sentido compasivo que es consustancial a los Evangelios. La máxima conocida de San Marcos según la cual es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico franquear las puertas del reino de Dios se aplicaba y aplica integralmente a la Iglesia.

¿Cómo proyectar constructivamente el ingreso de lo divino en la historia sin hacer de la eliminación del padecimiento material un objetivo central de la humanidad? León XIII, grande entre grandes, escribió la Encíclica Rerum novarum (Acerca de las nuevas cosas) donde expuso el horror de la opresión y la esclavitud económica y el imperativo que recaía en los gobiernos en combatir la desigualdad social. De cara a un marxismo-leninismo en furor, sentó las bases de la doctrina socio-económica de la Iglesia cuya actualización se ha venido rezagando ante las premuras político-internacionales del momento. Cierta timidez pontifical en dar un salto más allá que comprometa a las instituciones eclesiales debe entender que el hacerlo no implica el juego a comunismos redivivos a la sombra del padre Camilo Torres Restrepo y sus continuadores.

La economía global es injusta. Y lo peor es que la definición de economía global justa sigue refundida. Cualquier perversidad en los sistemas comercial, monetario y financiero se explica en términos de ineficiencia, operación subóptima o disfuncionalidad, pero no la injusticia per se.  La Iglesia tiene que irse por vía de la conclusión opuesta: nuestra percepción evidente de que la economía global es injusta e injustamente organizada exige vindicación y las pruebas inundan el firmamento.

Si la idea de justicia económica se oscureció, hay un punto de partida para entender que pese a ello la economía globalizada puede y debe seguir siendo un fin. Como lo han explicado los economistas hace más de 200 años, con Smith a la cabeza, la remoción de trabas al comercio conduce a la fructífera división del trabajo. Bienes y servicios se vuelven más abundantes y variados y los niveles de vida suben. Podemos seguir arguyendo así la riqueza de las naciones. 

Pero algo dentro de esta práctica social internacional que se ha impuesto no viene funcionando bien. Las estadísticas lo revelan. La pobreza subsiste en sus formas más aberrantes. La economía global genera responsabilidades de equidad y justicia estructural, independientes de las derivadas de las nociones de derechos humanos y humanitarios, donde beneficios y cargas (pero sobre todo cargas) deben ser distribuidas entre sociedades y clases sociales.

Aquí está el reto que ha entendido con tino histórico el Papa Francisco, quien sabe que en el enigma del ojo de la aguja de San Marcos se encuentra el futuro de su grey.