JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Lunes, 25 de Noviembre de 2013

Nuestra desindustrialización

 

Ojalá  fuera la desindustrialización de Colombia en el correcto sentido. Que, según lo prescrito en la teoría de los ciclos productivos, nuestro país estuviera sustituyendo a Malasia o Taiwán en la manufactura de bienes con alto contenido tecnológico y dejando atrás reglones industriales de muy alto costo ambiental y social. O que Colombia hubiese penetrado con éxito en los mercados financieros internacionales, compitiendo con Panamá y Brasil.

Pero no es así. El PIB industrial cayó 1.6 por ciento en el primer semestre. También, en el acumulado del año a septiembre, la cifra de la producción fue negativa en -2.7% y no ha crecido desde octubre de 2012. A algunos dentro del Gobierno, incluido el ministro de Comercio, Industria y Turismo, ha generado gran felicidad que la apertura de la economía haya impulsado, entre otros, la exportación de machetes, preservativos sexuales y carros transportadores de perros calientes.

La verdad es que no hay políticas que estimulen sectores con propensión exportadora. No podemos declararnos en gozo perpetuo por el hecho de estar exportando estos rubros inanes.  Se trata de identificar nichos eventuales a través del seguimiento y prospección hábil de miles de ciclos de vida productiva de muchos bienes en sus fases de introducción, crecimiento, madurez, saturación y descenso, como lo predijo el economista Raymond Vernon. Esto hicieron en su despegue Taiwán, Corea del Sur y Malasia y hoy lo hacen Brasil, India, China y México.

Es una dispendiosa labor de inteligencia donde siempre ha estado presente el Estado. Pero la inversión nacional en ciencia, tecnología e innovación es una de las más bajas del mundo. El último informe del Banco Mundial nos dice que el país invierte irrisorio 0.19 del PIB, lo cual es una vergüenza nacional.  Por esta puerta entramos a la educación donde, según el Ministerio de Educación Nacional, la cobertura llega en preescolar al 63 % y en media y superior al 41% y 42% respectivamente. Hay un rezago total en el sector de innovación donde sólo 7 zonas del país muestran alguna aptitud para competir.

El alcalde Petro en su campaña -una feria descarada de falsas expectativas- habló de Bogotá como ciudad del conocimiento. Todo fue retórica de la peor laya.  La industria de alto valor agregado es la única que retroalimenta el progreso tecnológico y estimula la internacionalización pues los menores costos entrañan redistribución del ingreso. Este fenómeno ha sido en verdad espectacular dentro del área electrónica.

El Estado sigue inmutable sin darse cuenta. En la zona de Bucaramanga, con el motor de la Universidad Industrial de Santander, viene formándose autónomamente, a espaldas del orondo Estado, un verdadero cluster tecnológico con creaciones importantes no sólo en los renglones de software sino de hardware, con patentes aprobadas y en curso que significan ingresos netos para la región.

Las bajas sostenidas de la participación de la industria convencional en el PIB así como el empleo industrial son saludadas hoy efusivamente en el mundo desarrollado. En Francia, pongamos el caso, bajó de 26% en 1970 a 16% en 2002 y a 13% en 2012. Al mismo tiempo la industria fundada en el conocimiento, altamente intensiva en capital humano, se ha casi cuadruplicado desde 1970.

Mientras tanto en Colombia hay quienes aún ven en la industria extractiva -que la Providencia los perdone- la redención del futuro y la sustitución de otros renglones del más alto y nocivo costo social, que ningún país serio quiere hoy, la promesa de desarrollo económico. ¡Así vamos!