El hambre de los biocombustibles
Jean Ziegler es uno de los escritores europeos más fecundos. Anciano anti prototípico lo llamó hace poco El País de Madrid a raíz de la publicación de su último libro. Sociólogo suizo, profesor de las universidades de Ginebra y Paris-Sorbona, cita en entrevistas como el instante más preciado de su vida haber sido chofer del Che Guevara durante una visita del guerrillero a Ginebra. Académico nato, ha sabido que es preciso para quien habita en la burbuja universitaria establecer canales externos y comunicar al gran público los resultados de procesos intelectuales que se van viviendo.
Así han salido a librerías en todos los continentes, en lengua francesa y traducidos a varios idiomas, éxitos editoriales como La Rabia de Occidente y Los Nuevos Dueños del Mundo. A fines de 2011, Ziegler conmueve de nuevo con su nuevo libroDestruction Massive/Géopolitique de la faim (Seuil, 2011). El tema es la nueva agricultura global, los usos de los productos agropecuarios y el hambre. Y detrás de todos el fenómeno de los biocombustibles.
La expansión de la industria de biocombustibles es vertiginosa. Para 2012 estará consumiendo 40 por ciento de la cosecha de maíz en EE.UU. (primer productor mundial) frente a un 30 por ciento hace sólo 3 años (en 2008). En China, segundo productor, y Brasil, cuarto productor), la tendencia es similar. El maíz está convirtiéndose en insumo industrial en la producción de sustitutos de gasolina y diesel.
Ziegler entra de fondo en las implicaciones. La más grave: el precio de este grano, esencial para la alimentación de segmentos inmensos de la humanidad, se encuentra fuera de control, con un aumento del 100 por ciento anual entre 2010 y 2011. 100 millones de hectáreas de tierra arable en el mundo están siendo utilizadas en la producción de maíz con destino biocombustibles. Las resultantes desertificación y degradación de la tierra se multiplican como consecuencia de la sustitución de terruños con asiento biológico por cultivos fundados en organismos genéticamente modificados que demandan cantidades enormes de agua.
Ríos y lagos están muriendo y, como ocurre ya en la Sabana de Bogotá, el nivel freático desciende. La obtención de fuentes subterráneas se vuelve técnica y económicamente inviable. En África se trata de una tragedia silenciosa, que puede advertir quien ha tenido oportunidad de visitar países del Sub Sahara como Níger. Deambulan 25 millones de refugiados ecológicos cuyas parcelas han sido adquiridas por precios exorbitantes (en engaño perverso) por las grandes transnacionales agroindustriales -mejor sería llamarlas neo energéticas- como Louis Dreyfus, Bunge, Monsanto y Archer Daniels Midland.
Otra estadística habla sola: un carro compacto utiliza cerca de 50 litros de gasolina. Para manufacturar esta cantidad deben ser utilizados 359 kilogramos de maíz y succionar un volumen absurdo de agua. Este número brinda una idea del alcance muy corto que tiene la industria de biocombustibles por su costo extravagante.
Mientras tanto 9.000 menores -bajo los 10 años- mueren en el mundo al día por falta de agua. La industria de alimentos concentrados, basada en el procesamiento de granos como el maíz, tiene que incrementar precios que repercuten en toda el área alimentaria. Y cada 3 segundos muere un niño de hambre.
Oro verde es llamado ahora el maíz, se lamenta Jean Ziegler. Y al arrebato de lo que fue base alimentaria hace milenios se suma el de la burocracia internacional: el presupuesto del Programa Mundial de Alimentación bajó en los últimos 3 años de 9 a 2 billones de dólares. ¡Duras las perspectivas!
juan.jaramillo-ortiz@tufts.edu