El nuevo ciudadano
POR alguna extraña razón, ahora para ser un buen ciudadano hay que parecerse al señor Procurador General, como si fuese el modelo de persona correcta para una sociedad como la nuestra.
Hay que negar cualquier tipo de decisión sexual, para terminar considerando que es una enfermedad como el adalid de los principios deportivos y morales del país, el doctor Álvaro González; mantener una posición religiosa tajante y cerrada, para decir que los que no piensan igual son por decir lo menos, poseedores de unos principios inexistentes; poner una estatua de la Virgen en el lugar de trabajo para que hagamos algo por la patria. Mejor dicho, devolvernos un par de siglos en la evolución del mundo.
Respetando todas las creencias religiosas, incluyendo la del señor Procurador, el aparato del Estado no puede utilizarse para justificar una única forma de ver el mundo, y menos aun cuando esa visión se traduce en una postura religiosa que por más que sea la mayoritaria en el país, no deja de ser excluyente y despiadada.
Para ser un ciudadano en este país sólo se requiere haber nacido acá o haber cumplido un proceso para adquirir la ciudadanía. Nada más. Nadie tiene que compartir la visión conservadora de nadie, ni tiene que rezar en la iglesia, ni gritar a los cuatro vientos cuán orgulloso se siente por ser colombiano. Nadie puede propagar una visión diferente, porque aunque sea con las mejores intenciones, termina siendo una visión xenófoba y contraria a la Constitución.
Que quizá esté hablando con el deseo. Quizá. Pero no por eso tiene que utilizar un aparato institucional del tamaño de la Procuraduría. Y si así fuere tendría por lo menos que hacerlo de la misma manera defendiendo las posiciones de todas las otras religiones que son por derecho tan legítimas como el catolicismo y sus buenas maneras.
Insisto, el problema no son las creencias de nadie, es pensar que esas creencias son las únicas válidas en la realidad.
Al menos deberíamos aprovechar esta Semana Santa para pensar que si algo es claro es que nadie puede obligar a nadie a creer y que el Estado no puede ser instrumento de ninguna ideología o religión, exceptuando aquella que permite que cada cual decida sobre lo que quiere creer. De lo contrario no es más que un aparato de propaganda y de ahí al régimen nazi, no hay más que un paso.