Nos dejamos de reír
Siempre he pensado que los colombianos no nos pensamos a nosotros mismos. Que simplemente nos dejamos pasar como país, que criticamos mucho pero poco proponemos, que buscamos nuestro reflejo en los espejos de afuera de nuestras fronteras. Pero quizá hay una situación que termina siendo aún más triste para todos, dejamos de reírnos de nosotros mismos, nos quedamos entre noticias abrumadoras y tragedias. Si hace largo rato perdimos la capacidad de asombro, nada nos impresiona y hace reaccionar, la verdad es que la capacidad de reírnos de nuestra realidad, también.
Quizá el último gran exponente de esa irreverencia de mirar los noticieros y traducirlos para la gente del común en humor, fue arrebatado al país por la violencia hace trece años. Y aunque después existieron algunos intentos por recordarnos que para pensarnos a veces hace falta burlarnos de la realidad que construimos, fueron fugaces, casi irrelevantes en medio de un país que vive en medio de tragedias humanas, políticas, y económicas.
Hoy puede decirse que los únicos exponentes de ese humor político están en la radio y en la prensa, tristemente lejos de los jóvenes. A la realidad del país le gana el reggaetón, se la comen las bromas pesadas de las mañanas. Nos quedamos sin vías para generar conciencia en los que serán el futuro del país, nos estamos envejeciendo pensando en el presente sin hacer pensar al futuro.
Quizá parezca un escenario sombrío, pero en la práctica es cada vez más real. El país necesita irreverencia, necesita más Tolas y más Marujas, necesita más personas como Jaime Garzón.
Necesitamos quitarnos la venda que nos hace pensar que las grandes decisiones del país son extrañas a lo que vivimos diariamente y empezar a sentir que algo podemos hacer.
Al menos reírnos, para que en el fondo quede una semilla que nos haga indignarnos de lo que nos está pasando, porque ya es evidente que las noticias diarias no son suficientes para eso, porque reflejan una realidad que no nos gusta, por lo negativa en tantas cosas.
Son trece años de impunidad por un crimen tan grande como arrebatarnos la risa, pero no podemos simplemente cruzarnos de brazos y seguir llorando sobre la leche derramada. Es hora de empezar a reírnos, de nuestro Congreso, de nuestros expresidentes, de nuestra realidad. Ese podría ser el mejor vehículo para que dejemos de repetir, una y otra vez, una historia que todos los días es suficiente para hacer llorar a cualquiera.
@juandbecerra