Crónica de una tragedia anunciada
Siempre he pensado que Transmilenio es quizá lo mejor que le ha pasado a Bogotá en su historia. Logró crear un sistema moderno, con intervención de espacio público y relativamente barato de montar. Sin embargo, es claro que su éxito fue su infortunio, que perdió la importancia que debería haber mantenido, que nos vendieron la idea de que hacer un metro sí iba a solucionar los problemas de Bogotá, y no lo que teníamos funcionando que iba bien.
Pero hay que aclarar que no todo empezó con la última administración, la de Moreno y López. Realmente la desidia se inició con la alcaldía de Luis Eduardo Garzón.
Y esa es la palabra: desidia. A los problemas que comenzaron a asomar apenas iniciaba la operación de los buses troncales se les pasó por alto, los problemas del relleno fluido nunca tuvieron un responsable y mientras crecía la demanda se colocaron pañitos de agua tibia que no hicieron más que aplazar los verdaderos problemas.
Hablar hoy de expansión de las estaciones luego de once años de espacio insuficiente, de semáforos inteligentes como si nunca se hubiesen mencionado, o de la expansión del sistema para crear un anillo que disminuyera la carga por el corredor oriental, es muy importante, pero a todas luces tardío.
El problema no es de Petro, pero tampoco creo que pueda simplemente decirse que la administración anterior o alguna de las corrientes del Polo quieren boicotear la Alcaldía actual. La verdad es que el sistema quedó huérfano hace años, que los usuarios hace rato perdieron la credibilidad que tenían en el sistema y que en algún momento esa bomba de tiempo iba a estallar.
Los comités de usuarios son un avance, pero insuficiente en medio del actual panorama del sistema masivo. Se necesitan soluciones reales o la planeación para mitigar los problemas actuales, al menos para que el discurso sea coherente y no como viene siendo, respuestas para problemas puntuales, que se quedan en las coyunturas de cada una de las manifestaciones.
Quizá lo más importante de todo es que la Alcaldía asuma este problema como crónico y logre despersonificarlo. Mientras se siga pensando que todo es un ataque personal, estamos condenados a soluciones inconexas, no planificadas y coyunturales. Es decir, no soluciones, sino los mismos pañitos de agua tibia que venían presentándose. Cuando logremos ver el monstruo lejos de las gafas del Alcalde, quizá Transmilenio pueda volver a ser el principio del cambio, no el resultado del declive.