JUAN DIEGO BECERRA | El Nuevo Siglo
Domingo, 17 de Marzo de 2013

El pasado que no queremos

 

Quizá la lección más importante que nos dejó el paro cafetero es que Colombia dejo de ser un país rural, como lo fue durante el inicio de su historia, al punto que buena parte de la sociedad hoy incluso preferiría olvidarse de los cafeteros,  de los cacaoteros o de los arroceros. Hoy preferiríamos fusionarnos en medio de la historia estadounidense, la europea, e incluso, quizá la mexicana, en lugar de recordar de dónde venimos, para no tener por preocuparnos por el para dónde vamos. A los colombianos de hoy el campo se les volvió una tierra que no existe, una tierra que preferirían que sólo apareciese en los supermercados.

El fenómeno de urbanización de nuestro país terminó reduciendo nuestra historia rural a un complejo entramado de violencia, olvido y desolación. Convertimos al campesino en un ciudadano de tercera, las perspectivas de los jóvenes nunca están en una parcela o en el trabajo de la tierra y las ciudades se volvieron aspiradoras gigantes que se llevaron en una bolsa la cultura que nos hace ser lo que somos para cambiarla por modelos extranjeros que asimilamos como propios. La globalización ha llegado a nuestro país a través de la negación de lo propio, de la vergüenza de lo que somos.

Por eso el paro cafetero se convirtió en un show mediático. Se transformó en un montón de imágenes y reportajes de un país extraño, en el que las exigencias de los cultivadores parecían en contravía del café que podemos comprar en la tienda. Hoy los colombianos estamos más preocupados por la violencia en las calles, en los sistemas de transporte o en el precio del petróleo. El café, y el cacao, y el arroz, y la papa, y de paso el plátano y las frutas, son productos que compramos en la tienda o en el supermercado. No son una historia nuestra, son un producto cualquiera.

El problema no es simplemente olvidarnos de nuestro campo. Es que miles de personas aún viven de cultivar, de dedicar su vida a permitir que tengamos comida, que podamos vivir comiendo como un país rico aunque no dejamos de ser pobres. Quizá nos falta que enseñen en los colegios y en las universidades que venimos del campo, que fuimos un país rural, que no podemos dejar totalmente de serlo. Quizá ese podría ser un buen punto de partida para evitar que los campesinos sigan muriéndose de hambre.

@juandbecerra