Juan Gabriel Uribe V. | El Nuevo Siglo
Domingo, 26 de Octubre de 2014

De las reuniones a la conciencia política

No hay duda de que el país, es en buena parte frente-nacionalista. Fue la cultura política que quedó desde que se dio fin a la “guerra civil no declarada” de mediados del siglo XX, bajo la tutela de Laureano Gómez y Alberto Lleras. Eran, desde luego, otros líderes y otras épocas, incomparables con la actualidad. En todo caso, el Frente Nacional se instauró para derribar la dictadura, restablecer la concordia y constitucionalizar la paz.

 

Parecería, por supuesto, que el camino expedito para una paz pronta, hoy, es la reunión de la dirigencia en un solo bloque, como portaestandarte institucional. Pero también hay que ver las realidades políticas y la comprensión que de ellas pueda derivarse. Las últimas elecciones presidenciales, precisamente, se dieron en torno a uno u otro tipo de paz y la que ganó, por algo cercano a un millón de votos, fue la del presidente Santos. Es decir, una paz integral, no sólo sujeta a las conversaciones con las guerrillas, sino soportada, dentro de un ámbito más general, en el crecimiento económico, el desarrollo con equidad social, la superación de la pobreza y el cambio de escenario internacional, incluido el ingreso de Colombia en el grupo de países desarrollados (OCDE).

Las cifras están a la mano y si bien pueden controvertirse, en todo caso suelen ser positivas. Difícil desconocerlo, sin que eso signifique, por supuesto, vivir en el país de las maravillas, ni desestimar las dificultades que puedan avizorarse. Aun así, en términos sencillos, se trata de buscar un país en paz, donde empresarios y trabajadores puedan progresar y, en resumen, donde “se pueda volver a pescar de noche”, según el acertado y sencillo término de Darío Echandía.

Ese proyecto político, que incluye la desmovilización guerrillera luego de cincuenta años de depredaciones y barbarie, tiene diferentes apreciaciones. Y no porque se hagan reuniones entre, por ejemplo, el presidente Juan Manuel Santos y el expresidente Álvaro Uribe, se cambiarán las percepciones y tendencias de cada quien.

El gran riesgo, a su vez, un importante acierto del proceso,  está en la refrendación popular. Esto quiere decir, en el fondo, que todo se jugará a la conciencia política de los ciudadanos y que cada uno tendrá que hacer un juicio de valor supremo al tener la papeleta en frente. No habrá espacio, pues, para nada diferente a si se vota en favor o en contra y ahí, en ese instante sagrado, no quedará ya margen para las pugnas políticas, los análisis de opinadores o las tendencias de las encuestas.

Esto que antes parecía lejísimos, ya no lo es tanto, aunque falta trecho. En ese momento, se supone que estarán en firme los compromisos, la dejación de armas, la eliminación de la guerra y las facetas paralelas de un país de mejor condición. Bajo esas premisas, que son las únicas que permiten llegar a la refrendación, el escenario habrá cambiado por completo a lo que es hoy.  Y en ese sentido, la conciencia política mayoritaria es muy posible que derive hacia la victoria de la paz. Así ocurrió en países como Irlanda y Suráfrica y no tiene por qué ponerse de ejemplo sólo a Guatemala, que ha sido la excepción en los procesos de paz, con consultas populares o similares.

Es posible que una reunión Santos-Uribe sea más bien visualizada por la gente a fin de amainar el estremecimiento colombiano por cuenta de la paz. Siempre hemos dicho que la paz es nacional y así debe ser.  Pero es nacional en cuanto a que cada ciudadano participe con su voto en ella, dándole eficacia y legitimidad. Pueden darse los encuentros que se quieran, con quien se quiera, pero lo que no se puede es que a través de ellos se llegue a pensar que se va a ahorrar la ruta necesaria para que el propio proceso abra, paulatinamente, el espacio político necesario hasta lograr su resolución.

Tampoco se trata de que la paz sea de unos contra otros, como algunos pretenden. Los ciclos históricos se cumplen bajo unas premisas políticas. En este caso, la primera de ellas consistiría en aceptar que el presidente Santos ganó las elecciones y, a partir de ahí, hacer los acuerdos que se tengan a bien para seguir desbrozando el camino. No sobra recordar que el grupo parlamentario uribista se retiró de la posesión presidencial, a fin de dejar sentada su resistencia al acto. Fue precisamente lo que hicieron los periódicos liberales con Laureano Gómez, al borrar su  triunfo de los titulares y  lo que Alberto Lleras, seis años después y dejando toda vanidad, trató de resarcir cuando fue a visitar a Gómez en España para pactar el Frente Nacional, después de los episodios más dramáticos. Hoy, a no dudarlo, las condiciones son diferentes. Es muy posible, pues, que el plebiscito no sea como el de entonces y que ahora se requiera mucha mayor cantidad de pedagogía política, porque ya el pueblo no responde a los partidos como en esa época. En esta ocasión, será el pueblo y su conciencia. Y nada más.