“El país necesita dirigentes que hagan lo correcto”
Trece obras retrasadas y que siguen sin terminarse. Los recursos embolatados. Más de un billón de pesos en una sola entidad que durante cuatro años pudo haber quedado sin remedio desfinanciada y condenada al cierre en el futuro por culpa del desgobierno, la ausencia de gerencia efectiva, la politiquería y el
clientelismo al que estuvo sometida en los últimos años. Después un año seguimos esperando que la Fiscalía y la Procuraduría nos cuenten a los colombianos si en el SENA hubo corrupción.
El jueves de esta semana se cumplirá un año del día en que la Ministra de Trabajo de ese entonces me entregaba con una mano la insubsistencia del cargo como Directora aduciendo que el Gobierno había perdido la confianza en mí y con la otra me sugería, de manera soterrada, que renunciara porque eso al ex presidente le convenía más. -“Me voy con mi insubsistencia Ministra y dígale al Presidente que él debería ser el primero en defender las entidades”, le dije sin que me temblara la voz.
Hacer lo correcto a veces resulta muy caro. Luego de un año y con los edificios que no salen de la tierra (el más emblemático el de la calle 57 con carrera 8va en Bogotá) las evidencias físicas contradicen el silencio de los entes de control.
El SENA es una entidad de la que se conocieron hechos reales de posible corrupción del gobierno anterior, ¿será que en las otras 190 todo estaba perfecto? La justicia en Colombia no funciona porque no atiende con diligencia las necesidades de los ciudadanos. Pero también porque la corrupción se desbordó en un gobierno liderado por un Presidente que para garantizar la finalización del conflicto armado profundizó a través de sus funcionarios el clientelismo en las regiones y la repartición de contratos a los congresistas, una élite de poder que es incapaz de generar valor y producir riqueza y para sostener su estilo de vida, se roba los impuestos de quienes trabajamos de manera honrada.
Si la justicia no se pone a la altura de la transformación de la sociedad y a la defensa de sus integrantes más necesitados, las brechas sociales y económicas se van a seguir agrandando en beneficio de una clase política que exprime a sus gobernados.
Pero el cambio colectivo es el resultado de la transformación individual. Desde cada hombre y mujer en sus roles de ciudadanos, emprendedores, funcionarios o trabajadores, desde el sector privado y el público, tenemos la capacidad de darle la vuelta a nuestro futuro. Pero para que esto sea realidad debemos empezar por cerrarle el camino a los corruptos, reconociendo que están entre nosotros. No es loable que un presidente firme un acuerdo de paz (admirable), pero abandone a los desmovilizados por repartir mermelada para "asegurar su legado". No tiene presentación que un político se adueñe de marchas para reclamar aquello que no dio cuando estuvo gobernando. Y no es admirable una sociedad que defiende a quienes matonean a los más necesitados y es incapaz de castigar a los maltratadores, violadores y asesinatos de niños.
Nuestro país, nuestras regiones y nuestras ciudades merecen a quienes hacen lo correcto y lo demuestran. A quienes entienden que servir es ayudar a quienes lo necesitan y que no buscan ganarse los aplausos por hacer lo que es su deber. Porque esto último es el epítome de lo absurdo.