Me emociono mucho cuando me doy cuenta de que muchas personas rompen las barreras de los deberías o los no deberías y deciden asumir el protagonismo de sus vidas. En realidad todos estamos llamados a ser los primerísimos actores y actrices de nuestras vidas, pero por diferentes razones podemos renunciar a ello y quedarnos con un papel de reparto. Claro, en las novelas, series o películas son importantes las historias que corren en forma paralela a los roles protagónicos, pues dan contexto a la historia, contenido a la trama y diversidad al producto final.
Pero en la vida personal la cuestión es a otro precio: si no tomamos nosotros mismos las riendas de nuestras vidas otros lo harán por nosotros, desde la manipulación, el miedo, el engaño o incluso las buenas intenciones, que terminan siendo nocivas y contraproducentes. Una cosa es buscar y obtener apoyo para la consecución de un logro y otra permitir que la existencia sea dirigida por alguien diferente. Somos responsables de nuestras vivencias y sus consecuencias.
Desde afuera nos llegan sendas listas de lo que deberíamos o no hacer: estás muy viejo para intentarlo de nuevo, ya deja así; deberías quedarte quieto y no arriesgarte; no deberías vestirte de esa manera; deberías hacer lo que la mayoría hace… La lista, por supuesto, puede continuar hasta el agobio.
Por ello es emocionante cuando alguien mayor de sesenta años decide terminar el bachillerato o ingresar a la universidad; cuando alguien de treinta años decide aprender a manejar un vehículo o a patinar; cuando alguien decide que no es feliz teniendo la vida que lleva y hace un giro radical hacia nuevos destinos; cuando se desobedece la voz de la mayoría, no por el hecho simple de ir en contra de la corriente, sino porque se sigue la propia voz y se hace un balance entre la intuición, la emoción y la razón. Es maravilloso sernos fieles a nosotros mismos y todo tiempo es perfecto para ello, sin importar la edad o las circunstancias: siempre podemos elegir estar por encima de ellas.
Cada quien tiene sus ritmos, cada historia de vida tiene sus propios tiempos. Lo que alguien pudo haber aprendido en su adolescencia otra persona lo puede aprender en su edad adulta. Lo que algunos aprendieron solos, otros lo pueden hacer en pareja o equipos. Basta con escucharnos, conectarnos con nuestra esencia más profunda y actuar. Se dice fácilmente, pero llevarlo a cabo requiere consciencia en acción, algo que todos podemos hacer, cada quien en el momento que le corresponde. Este pre-kínder existencial que es la vida nos permite aprender al propio ritmo; no todos los niños aprenden a rasgar papel el mismo día, pero con seguridad en algún punto del curso todos lo sabrán hacer, cada quien en forma distinta.
Hoy le invito a reflexionar sobre aquello que siempre ha querido hacer y aún no lo ha llevado a cabo, a emprender ese anhelo vital que -aunque esté dormido- sigue vivo. Está justo a tiempo.