La antiespaña y la tauromaquia | El Nuevo Siglo
Domingo, 5 de Febrero de 2017

Si se tratara de un debate humanitario sobre la tauromaquia, lo fundamental en ese caso sería proteger la integridad y la vida del torero. Por lo que alguno pediría que se le dotase de una fina armadura para que las astas del toro no lo hiriesen o le despachen al otro mundo; lo que atentaría contra la ceremonia lúdica que desempeña el hombre que se enfrenta a la bestia. Las corridas devienen en un certamen público en el cual se da rienda suelta al talante ancestral de la cita de ambos actores con la muerte, en recuerdo de los combates en la antigüedad de los hombres con los toros. El diestro, como los trapecistas, que hacen acrobacias en el aire sin malla, respeta, desafía y enfrenta al toro en el desarrollo de un espectáculo que es una suerte de baile de pasodoble entre el matador y el astado, lo cual tiene efectos hipnóticos sobre el público.

El origen de tan noble actividad proviene de la vida en el campo donde los seres humanos están en contacto con la naturaleza, el medio y los animales que lo rodean. El anti taurino suele ser citadino, desligado de la fuerza telúrica nativa. El toreo cultiva el autodominio, la disciplina. Los que practican el arte taurino miran de frente al enemigo y no disparan por la espalda y a mansalva; el toreo ennoblece y educa. No existen clases sociales entre los diestros. Cuando se está en el ruedo todo puede suceder, más no le es dado al torero hacer lo que le venga en gana, debe usar el capote para atraer al animal para que embista, la espada solamente se emplea al final de la faena. Se trata de un rito y un culto ancestral.

Así que lo que se juega allí es un refinado arte de movimientos con la capa; movimientos previamente convenidos como en el ballet. Tal nos lo recuerda el filósofo José Ortega y Gasset, en memorable escrito: “Como es sabido que la geometría reclama en sus cultivadores un peculiarísimo dote nativo para la intuición de las relaciones espaciales. Sólo que esta es una geometría actuada”. Y agrega Ortega, al que de seguro no han leído los magistrados de la Corte Constitucional, que se despacharon contra las corridas en reciente disposición; “En la terminología taurina, en vez de espacios y sistemas de puntos, se habla de ‘terrenos’, y esta intuición de los terrenos es del toro y del torero, es el don congénito que y básico que el gran torero trae al mundo. Merced a él sabe estar siempre en su sitio, porque ha anticipado infaliblemente el sitio que va ocupar el animal. Todo lo demás aun siendo importante, es secundario”. Para Ortega, son mentecatos los que opinan de las corridas sin conocer el trasfondo del arte taurino.

Llama la atención que los magistrados que se pronunciaron sobre las corridas, entren a legislar y sin fundamento alguno cometan la arbitrariedad de dictarle al Congreso el sentido en el cual deben producir la ley sobre los toros, el coleo y las riñas de gallos.

Es de recordar que como lo ordena el artículo 241 de la Carta Política, a la Corte Constitucional se le confía la guarda de la integridad y supremacía de la Constitución, en los estrictos y precisos términos de dicho artículo, teniendo en cuenta las separaciones de poderes.  Es un disparate que los magistrados impartan órdenes al Congreso, que goza de autonomía para hacer las leyes, luego no pasa de ser un esperpento el mandato inconstitucional de dicha Corte al Parlamento.

 

Quizá desconocen que, gracias a Benjamín Rocha, un ganadero creativo y audaz, se logra en el siglo pasado el cruce del ganado bravo de los Jesuitas con vacas de Mondoñedo, dando lugar a una estirpe criolla famosa de toros de lidia.

Olvidan que su misión no es socavar las instituciones.

Olvidan que deben seguir estrictamente el tenor de la ley. Al Congreso elegido por el pueblo  le corresponde hacer las leyes, la magistratura que intentar manipular su independencia y criterio, cae en el abismo de la ilegitimidad, los excesos de lo arbitrario y abusivo.

Olvidan que según el artículo 8 de la Constitución: Es obligación del Estado reconocer y proteger la diversidad étnica y cultural de la nación, en particular de las minorías.

Por lo que  causa sorpresa que la Corte Constitucional en vez de proteger a los ciudadanos inermes que asistieron a toros y fueron agredidos por desalmados agitadores, se dejé presionar por los violentos  y los favorezca en tan grotesco expediente en el cual invade los fueros del Congreso y le indica de manera ilegal como proceder contra  la tauromaquia y otras distracciones populares.