La barca de remos | El Nuevo Siglo
Viernes, 27 de Enero de 2017

Conozco una  persona capaz de subir por las escaleras de Escher, llegar al Jardín de las Delicias, dormir bajo La Noche Estrellada de Van Gogh y despertar al día siguiente en los andamios de la  Capilla Sixtina.

La he encontrado varias veces en su biblioteca -que tiene vista a la ciudad y a las nubes-, leyendo “En busca del tiempo perdido”, con la misma fascinación de la primera vez.  Ella lee y repasa con cada uno de sus siete sentidos, porque -vaya uno a saber por qué-  nació con dos chips adicionales: el del arte y el de la imaginación.

Es una mujer de estatura pequeña y unos ojos verde azules, mezcla perfecta del color de todos los mares que ha navegado. Tiene en la piel las líneas del tiempo, que en ella, son testimonios radiantes de sol y memoria.  

Se mueve con una extraordinaria agilidad y parecería que para ella nada es imposible. Ha pasado buena parte de su vida rodeada de niños, y en una peculiar transferencia que la ciencia aun no ha sabido bautizar, ella les transmite la curiosidad por el arte y la belleza del mundo, y ellos le retribuyen con buenas dosis de infancia y  juventud. Creo que por eso, este miércoles 25 de enero no cumplió 90 años como todos creen, sino unos terceros treinta, llenos de vitalidad, inteligencia y sencillez.

Desde muy niña viajó por el mundo y el mundo viajó por ella, porque su padre fue también el padre de la pedagogía en Colombia. Él, huérfano desde los cinco años, fue abogado, filósofo y pedagogo, pero fue sobre todo, un defensor del derecho a la libertad de pensamiento, libertad para ser feliz, para amar las letras, la naturaleza y la estética. Ejerció su propia versión del Ubuntu de Mandela y Desmond Tutu, y dedicó su vida a formar muchachos capaces de tejer lazos de empatía, sentimientos de solidaridad, co-responsabilidad y sentido de vivir en función de un bien común. La suya fue una pedagogía amorosamente revolucionaria, que un siglo después sigue siendo novedosa, y sigue dando lecciones de cómo fortalecer los círculos virtuosos de enseñanza y aprendizaje.

Don Agustín y Gloria -padre e hija- trascendieron y ambos la abrieron el camino a una educación basada en  la capacidad de asombro, la libertad bien entendida y el respeto por todas las criaturas del universo.

Para ellos, de una hormiga a una estrella, todo es susceptible de ser admirado, respetado y acogido; y vivir bajo esos preceptos, es vivir entre  coordenadas transparentes y genuinas, propias de los buenos seres humanos.

Eso es mi mamá y eso fue mi abuelo: buenos, maravillosos seres humanos, siempre dispuestos a encontrar el hemisferio sensible y positivo de cualquier situación, de cualquier persona, triunfo o derrota.

Sé que este Puerto de hoy vulnera algunos códigos de las columnas de opinión. Discúlpenme; simplemente no podía dejar pasar los 90 años de vida de Gloria Nieto Cano, sin traer a Puerto Libertad su barca de remos, porque en el fondo de las cosas, todo cuanto escribo, lo escribo por ella.

ariasgloria@hotmail.com