La lectura completa y profunda de la Biblia sigue siendo una tarea pendiente para la mayoría de la humanidad y más aún para judíos y cristianos. El acercamiento a estos libros sagrados, pues la componen al menos 72 libros, no es fácil, pero tampoco imposible. Hay muchas ideas incorrectas de lo que contiene la Biblia. Realmente es un testimonio muy elocuente de lo que es la vida humana y de cómo en ella ha hecho presencia Dios o de cómo los hombres y mujeres de todos los tiempos lo han encontrado en los acontecimientos de cada día. Nada tiene que ver este texto sagrado con realidades desencarnadas o con un Dios escondido. Todo lo contrario.
Leyendo, pues, con atención esta colección única de libros muy antiguos se encuentra el lector, por ejemplo, con que en general, la Biblia contiene un grito potentísimo a favor de los pobres y débiles. Y una censura muy grande a los poderosos cuando pierden la razón, los obnubila la egolatría, los atrapan las pasiones y el deseo de poder y riquezas. Los pobres de la Biblia son los que no tienen tierra, los esclavos, los enfermos, los extranjeros, los que pagan impuestos excesivos e injustos, los pecadores condenados a priori. El más pobre de todos es Jesús, que no tiene dónde reclinar la cabeza, que nació en un establo, que al morir no pudo dejar siquiera un denario para sostener a su madre María. Realmente la Biblia es una exposición, en 72 libros, de las mil y una injusticias que acompañan desde siempre a la humanidad y la esperanza puesta en Dios de una redención definitiva.
Arriba se dijo que judíos y cristianos no hemos leído a fondo estas Sagradas Escrituras. A veces es como un libro que, entendemos, debe estar cerca de nosotros, pero más como un agüero, que como una palabra que quisiera tocarnos hasta la última célula de nuestro ser para que obráramos conforme Dios y su ley lo disponen. Y ese toque todavía pendiente tendría la capacidad de hacernos voltear la mirada hacia quienes siguen estando al margen de las historias más importantes de la humanidad y siguen siendo apenas unos seres residuales que claman sin ser escuchados y que no son otros que los pobres en todas sus dimensiones y manifestaciones. Quiere decir esto que la Biblia, de alguna manera, está escrita para incomodarnos y desacomodarnos, nunca para aplaudirnos, cosa que nos gusta tanto.
El mensaje claro y preferencial de la Sagrada Escritura a favor de los débiles debe traducirse en una vida de los pueblos creyentes a favor de quienes están en esa condición. Y esto en todos los campos de la vida, incluyendo el político. En busca de criterios para pasar por el mundo como verdaderos cristianos, verdaderos hijos de Dios, los encontramos desde hace siglos consignados en los libros santos. Uno de ellos es favorecer por todos los medios posibles a los débiles. Nadie tiene que enseñarnos nada nuevo sobre esto. Pero hay que ponerlo por obra.