Pensándolo bien, hoy casi todos somos víctimas. De ideologías, de obsesiones partidistas, de manipulaciones de la información, de leyes injustas, del sistema económico sin corazón, del terror político o del fanatismo religioso, deportivo, de la cultura de la muerte. Y somos víctimas porque, a sabiendas o no, terminamos siguiendo y poniendo en práctica muchas de las ideas y proyectos absurdos y estúpidos que desde esas tribunas se proponen. Y generalmente, el método para que lo absurdo tenga cabida en la vida, es acallar o adormecer la conciencia. Rodearse de mucho ruido para no tener oportunidad de atender esa voz infalible y sabia, con aroma de Dios, que tiene la misión de conservarle a la vida su carácter de la más alta dignidad e inviolabilidad. Pero no es posible matar la conciencia.
La gran mentira de quienes hoy se hacen crucificar para que la gente aborte, practique eutanasias, acabe los matrimonios y las familias, desprecie a los pobres, viole todas las leyes de Dios y de la naturaleza, es negar que la vida es larga y muy fuerte en su esencia más profunda. Y que, por lo mismo, un día, así sea el último de la existencia de cada persona, se habrá de escuchar, inevitablemente, el grito o la voz de la conciencia. Voz que alabará la sabiduría y el bien realizado y que reprochará con mucha dureza el mal operado, la ruptura de las leyes naturales y divinas, las violencias de todo género. La gente joven especialmente, pero no son los únicos, son las víctimas más comunes de esta anticivilización centrada en la muerte, los derechos sin límites, el hedonismo más rastrero. Como ovejas llevadas al matadero, dice la Sagrada Escritura. Pero convencidos de que el caos es el estado ideal de la vida. ¡Cuánto dolor les espera a los instigadores de este infierno en la tierra y a sus víctimas en los años de la madurez y en el juicio final, juicio de amor!
En realidad, la conciencia es invencible. Ni siquiera a la muerte de la persona esta desaparece. Quizás se hace todavía más lúcida y revela con más potencia a cada uno los caminos transitados en su existencia terrenal. Cosa de admirarse… o cosa de aterrarse. La gente adulta y mayor debería contarle a los niños y a los jóvenes, cómo, con el pasar de los años, quiérase o no, la conciencia se hace sentir más para alegrar a los que han obrado el bien y para punzar como hierro candente a los operarios de la iniquidad. El mundo oscuro al cual descendemos los humanos con demasiada frecuencia no es oscuro para la conciencia, que lo rechaza aunque tratemos de silenciarla. Siendo jóvenes todos creíamos ser invencibles y no necesitar sino la piel para darle sentido a la vida. Pasan los años, llegan las noches de desvelos y no queda más remedio que encontrarse con lo que realmente hemos sido y hemos hecho. La reina invencible de la noche del alma es la conciencia.