¿En qué momento y por qué el Presidente de la República empieza a suscitar la reacción ciudadana expresada en el “fuera Petro”, “fuera Petro”, que se grita con vigor y espontaneidad en los estadios, aglomeraciones públicas y hasta en buses de turismo? ¿Cuándo se esfumó la magia del líder popular que en los hombros de las multitudes llegó a la Casa de Nariño?
El problema de la legitimidad del poder es siempre doble, dicen los tratadistas. Una cosa es la legitimidad de origen y otra la legitimidad del ejercicio. Esta última se debilita -y hasta desaparece- cuando los programas y proyectos que se ejecutan no se alinean con lo que le conviene a la ciudadanía. Cuando el interés del gobernante evidencia un capricho que se contrapone a los anhelos de mejoramiento colectivo. Es lo que hace Petro: quemar en el altar de su ideología las oportunidades de crecimiento y progresos nacionales. Además, en el inconsciente colectivo de los colombianos se instaló la memoria de que el socialismo siempre ha fracasado en América Latina. Los gobernantes de esa enseña empobrecen a sus países y se tornan en feroces dictadores. Citarlos sería copar el espacio de esta columna.
El trato a Ecopetrol es ejemplo de una conducta contraria a los intereses colectivos. Una empresa tan exitosa, que se codea con los de los países de alta producción de petróleo, sus ganancias alimentan el erario nacional en proporciones decisorias para nuestro desarrollo y contribuyen al equilibrio fiscal del país. Se ha trazado la meta de cero emisiones de carbono para el 2050 y su emblema Energía que Transforma, corresponde a las exigencias ambientales contemporáneas. Y, en consecuencia, es clave para la transición energética nacional. La presencia de Ecopetrol en múltiples escenarios de nuestro territorio es símbolo de buena gerencia y progreso. Por todo eso, Ecopetrol está en la orgullosa alma colombiana. Entonces, el Presidente Petro decide herirla de muerte: “No más contratos de exploración de hidrocarburos”, dice en la COP28, con los aplausos de Tuvalo, Vanatu, Tonga, Niue y Palau. Seguramente, cuando firmó un tratado con esas potencias pidió que le tocaran el Waka de Shakira.
Ahora bien, ¿nuestras costosas y modernizadas refinerías a que se van a dedicar? Se quedarán sin trabajo advirtió hace meses el Sindicato de la USO, con la consiguiente despedida de técnicos y obreros. Es decir, en un discurso más que impertinente, Petro decretó el empobrecimiento nacional. No hay otra manera de decirlo.
En síntesis, lo que estamos haciendo bien es lo que un presidente obcecado dice que no se siga haciendo. Los argumentos ya obvios de nuestra casi nula contribución a los gases de efecto invernadero, y muchísimos otros no hay porque repetirlos. El Presidente no los quiere oír porque saben que son ciertos. Impera el Narciso que nunca se equivoca y nunca rectifica.
Contra la oportunidad histórica de ser un gran transformador de la realidad nacional, desconsideró la cohesión social que produjo su victoria en las urnas. No había resistencia al cambio social que el presidente todavía pregona. Las diversas fuerzas políticas, bien representadas en las Cámaras Legislativas, se dispusieron a colaborar con su gobierno. La vocación nacional de entendimiento se hizo presente en los primeros meses del mandato Petro, hasta que apareció un Presidente de la República radicalizado, como lo habían previsto los que más conocen a Gustavo Petro. Fue en ese momento que la ciudadanía puso en duda la capacidad de gobernar del primer mandatario. Y la duda aumenta a diario y tiende a convertirse en certeza. Es que las masas no saben por qué el gobernante quiere enviarlas a la pobreza, que en extremo produce la muerte. Lo que se reclama es un gobierno más pragmático, un poco de realpolitik.
Se puede ganar el poder con “Slogans”, pero no se puede gobernar con ellos. Algunas veces se convierten en caricaturas ante la presencia de una realidad brutal. Colombia, Potencia de la Vida, por ejemplo.
Por la secuencia diaria de tantos errores es que se ha producido un fenómeno imparable: La decepción de las masas.