Tras algunos fallos garrafales, entre ellos la designación de doña Arancha González Laya como ministra de Exteriores, creo que a Pedro Sánchez hay que reconocerle una positiva reorientación de la actividad exterior, de la mano del aún relativamente nuevo jefe de la diplomacia, José Manuel Albares, que está poniendo algunas cosas en su sitio. Contra lo que se dice en algunos medios, creo que el cambio de posición en lo referente al Sahara, alineándose con las tesis de Marruecos, no ha sido un paso equivocado ni arbitrario, sino que, por una vez, responde a una estrategia a largo plazo. Otra cosa es que, como siempre, el paso se haya dado sin trasparencia ni consensos y que, una vez más, se ha puesto de manifiesto la división en el seno del Ejecutivo acerca de un tema de Estado sensible.
Todos los indicios apuntan a que este paso, que confiemos que desbloquee de una vez las relaciones con el incómodo vecino del sur --a ver cuándo regresa la embajadora--, se ha dado previa consulta con Argelia, ahora mucho más interesada en su conversión en una potencia gasística que hará al país rico que en su eterno contencioso con Rabat. Otra cosa, haber realizado este cambio estratégico por parte de España de manera unilateral, sería inconcebible en una potencia seria con una diplomacia veterana y creo que bien dirigida (ahora) desde el Ministerio que actualmente se ubica en la plaza del marqués de Salamanca.
Intuyo una planificación nueva en las relaciones entre España y el norte de Africa, que incluye previsiones ambiciosas de suministro de gas a toda Europa. Entiendo que el paso dado por Sánchez/Albares lesiona intereses históricos del Frente Polisario, pero la diplomacia es pragmatismo a veces algo cínico y me temo que no atiende a viejos compromisos cuando estos ya no pueden cumplirse.
El viajero Sánchez, que culmina su rápida gira por Europa discutiendo nuevas fórmulas para abaratar el precio de la electricidad, hará pronto, nos informan, una visita a Rabat, seguramente para encontrarse con Mohamed VI, una figura que sin duda no resulta simpática a la opinión pública española, pero que sigue siendo una pieza fundamental para la estabilidad diplomática --y económica-- de nuestro país. Ya sé que a Sánchez se le acusa de un exceso de inclinación por la política exterior, olvidando tantas cosas --véanse las manifestaciones registradas en Madrid este fin de semana: el descontento de numerosos sectores es grande-- en el interior. También se le achaca una cierta 'debilidad' por las fotografías junto a los más importantes mandatarios del mundo. Es algo, me temo, inevitable que se observa en todos los políticos, que gustan de la benévola y favorable acogida internacional y huyen de las protestas en casa, sobre todo cuando son tan broncas como las actuales.
Pienso que, en la muy complicada situación que vive el mundo, España está dando la talla como lo que le corresponde: una potencia secundaria afecta a la Organización Atlántica, que incluso va a celebrar en Madrid, dentro de tres meses, su 'cumbre' más importante en años. Ya sé, ya sé que a una parte de este Gobierno no le gustan ni la OTAN, ni Marruecos ni, si me apuran, Joe Biden. Menos mal que se les han retirado las competencias en materias de Estado. Pero la pregunta a hacerse es: ¿va a seguir mucho tiempo Pedro Sánchez ocultando a sus 'socios' lo que va a hacer? Para eso, mejor que los saque del Consejo de Ministros, cosa que muchos, y no solo desde la oposición, le piden. Y una última pregunta, si me permiten: ¿va a seguir Sánchez actuando con la oposición más responsable como si un país democrático no debiera mantener un consenso en política exterior, y más aún en estos momentos?