Como acontece en la serie de televisión española “Aquí no hay quien viva”, y en donde se relatan las malquerencias y los malos entendidos de inquilinos y vecinos en un edificio madrileño, igual esta aconteciendo en nuestra vecina Venezuela, y en las principales ciudades de ese país. Es una verdadera espiral del caos.
Teniendo como telón de fondo una economía colapsada, un costo de vida exponencial y un desorden público fuera de control y absolutamente desquiciado, dos presidentes, uno autoproclamado y otro atornillado, se disputan la legalidad. El panorama es más que sombrío porque no se avizoran soluciones ni a largo ni a corto plazo. Los partidos tradicionales han desaparecido al igual que sus dirigentes históricos.
Colombia no ha podido estar exenta de las funestas consecuencias que este pandemónium ha traído. Es un natural producto de un chavismo populista que durante veinte años no ha conocido límites, ni éticos ni morales ni políticos, para adueñarse y permanecer en el Palacio de Miraflores. Como si esto fuera poco padecemos una larga y porosa frontera de más de 2.500 kilómetros de longitud.
Hoy nuestras grandes capitales, Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla están padeciendo los rigores de una diáspora que supera los dos millones de desplazados, cuyas necesidades y urgencias están amenazando severamente las economías locales. Lo que nos espera es un infierno. Cálculos conservadores estiman que esas cifras se triplicaran en el próximo lustro. La razón es muy sencilla: pase lo que pase en tierras bolivarianas, un cambio positivo no lo veremos ni lo verán los venezolanos en muchos años.
En todo caso esta delicadísima situación está erosionando dramáticamente nuestro producto bruto nacional y amenazando muy seriamente, las pocas posibilidades de empleo que tienen nuestros compatriotas. De esto tiene que tomar atenta nota el presidente Duque y su gobierno, si no quiere ver amenazada su precaria gobernabilidad.
Esta crisis institucional ya la está viviendo Colombia en un grado de peligrosa intensidad, especialmente en el ejercicio de nuestra democracia que se encuentra polarizada. Es evidente que el Centro democrático y más concretamente el uribismo -ganadores de las últimas elecciones- tiene una confrontación interna que les impide reconocer quién manda a quién.
Mientras Duque hace encomiables esfuerzos por tratar de mantener firme el timón de la nave del Estado, el señor Uribe no desaprovecha oportunidad para recordarle que gracias a él es que hoy el antioqueño tiene liderazgo, aunque, repetimos es muy relativo. Este “despelote” también se viene presentando en otras latitudes, no solo en América Latina, sino en la misma Europa, pasando por los Estados Unidos.
En la Argentina, la señora Cristina, no deja gobernar a Macri. En Brasil el populismo desenfrenado del nuevo gobierno amenaza con terminar con los buenos ciclos de bonanza económica. En el Perú, cinco expresidentes están en la cárcel. En Francia, Emanuel Macron no tiene día libre de las multitudinarias manifestaciones de los chalecos amarillos conocidos como los “indignados”. Y, en México, López Obrador no ha podido consolidar su victoria.
Lo propio está aconteciendo en España en don unas reñidas y nada claras elecciones parlamentarias, que no dejaron a ningún ganador absoluto y sí una serie de perdedores que no tienen voluntad de coaliciones. La señora May, en Gran Bretaña, tampoco ha podido formar un gobierno estable.
Adenda: lo preocupante para Colombia es que la gran victima será el proceso de paz.