Caminando a diario, en esta tarea que me he propuesto de conseguir 50 mil firmas para inscribirme como candidata a la Alcaldía de Bogotá, he tenido la oportunidad maravillosa de reconectarme con la gente, sus necesidades y anhelos. Ya lo hacía desde el SENA, cuando viajaba de un lugar a otro y me sentaba con los aprendices y sus familias que me dejaban ver la realidad de este país que quiero tanto.
En cada esquina de Bogotá converso con la mamá que a mitad de la mañana lleva a su hijito a una cita médica que por fin le otorgaron y mientras se monta en un bus, me dice que se necesita más salud, que la gente se enferma y no tiene con qué curarse. El vendedor ambulante que me dice que lleva 20 años en la misma esquina, que ojalá los dejen de perseguir y él pueda terminar de pagarles la universidad a sus hijos. El comerciante de la Avenida Primero de Mayo que cuenta que les habían prometido no ponerles la raya roja en el carril derecho y que después de eso, ya no hay tanto comprador. O la preocupación en sectores como el Restrepo, en donde la iglesia fundada en 1945 es testigo de las calles y los almacenes desocupados como un presagio maluco de la caída de la economía. Los vendedores de muchos sectores de Bogotá dicen que es la Policía que no deja parquear en la calle lo que impide la llegada de compradores. Y mientras cuentan eso, ve uno pasar a los vendedores ambulantes corriendo con sus corotos encima perseguidos por “los verdes” como le dicen a la Policía en la calle.
“No se tuerza”, “estamos jodidos con esos políticos”, “yo ya no le creo a nadie”, y un largo etcétera de declaraciones que hay que oír con atención y respeto. La mayoría de las personas están desilusionadas y pesimistas, y con toda razón.
El anhelo que más percibo de los ciudadanos es que quien gobierne lo haga bien. No solo en lo técnico sino en su calidad humana, las competencias blandas que tan de moda por fin están, o para los más filósofos, la inteligencia emocional.
Tal vez soy muy romántica, pero creo que la modernidad ha comenzado a llegar y eso implica que los ciudadanos ya no ‘les comen cuento’ a los políticos tradicionales. Aunque persista todavía un apego a la “maquinaria” como garantía de triunfo, lo que se va a imponer es la nueva forma de hacer política, es un discurso disruptivo en el contenido y la forma. Esto significa que la gente ya no ‘come cuento’, no quiere políticos mentirosos, groseros, soberbios o convencidos de que son los “elegidos”. El reto consiste en conectar la coherencia de la palabra, la acción y la intención, y lograr que la gente perciba honestidad en esa trilogía.
El secreto de la inteligencia emocional implica saber gestionar las emociones, tener disciplina para mejorar y humildad para reconocer las embarradas. Esa es la nueva clase de políticos que la gente quiere ver. Por supuesto que lo tradicional permanecerá vigente por algunos años más, pero las sorpresas vendrán de los que sean capaces de demostrar que su esencia es ser buenos líderes, buenos seres humanos y buenos administradores. Eso es lo que genera conexiones maravillosas con las personas en la calle y permite mantenerse sensato y centrado para poder cumplir con las promesas de campaña. Porque se trata de cumplir. Con humanidad y sentido común.