O el gran triunfo. Ganó la vida. Perdió la muerte y con ella el pecado. Este es el único y gran acontecimiento que se celebra hoy domingo de Pascua, entre los cristianos, pero que benefició a la humanidad entera. Cuando nos saludamos diciendo “felices pascuas”, estamos deseando que este triunfo sea compartido por los hombres y mujeres de todos los tiempos. Estamos gritando a grandes voces y a los cuatro vientos que ni la muerte ni el mal son la última palabra. Aunque sean muy ruidosos, escandalosos, crueles, fastidiosos en buena medida. Pero no son la palabra definitiva.
Esta verdad que proclama el cristianismo y cada cristiano en particular está escuetamente documentada en los cuatro evangelios. Quienes fueron en busca del cadáver de Jesús se encontraron con el sepulcro vacío y con unos ángeles anunciando que ya no era ese su lugar. Dijeron que iba delante de ellas rumbo a la Galilea. Había resucitado, como lo había anunciado varias veces. Difícil imaginar el grado de sorpresa, aun de incredulidad, de quienes reciben esta noticia y el asombro sin límites cuando el vencedor de la muerte y del pecado, Jesús, se les presenta en varias ocasiones. Finalmente, el gran enemigo, la muerte, ha sido derrotada y queda convertida únicamente en momento de tránsito -pascua- hacia la eternidad, la vida que no tiene fin.
La banalización de casi todo en la cultura actual, incluyendo el mal y la muerte, puede también tratar de tocar un hecho tan descomunal como la resurrección de Jesús y en Él la nuestra. Pero ciertamente no la puede afectar ni cambiar en absolutamente nada. Sin embargo, puede distraer y rodear de oscuridad para no ser vista una realidad tan maravillosa y que es, en últimas, lo único que le puede dar sentido pleno a todo el itinerario de la vida humana.
En efecto, si no hay plenitud de vida al final, sino solo muerte, qué sentido puede tener la vida con tantos y tan grandes esfuerzos que conlleva su conservación a lo largo de los años. Cosa diferente, como cree el cristiano con todo su ser, si se sabe de antemano que vale la pena todo lo bueno y aún la redención del pecado, por llegar a Aquel cuyo reino no tiene fin y que es un reino de vida.
Hoy en día se montan homenajes a la vida, pero la mayoría no la ven ni completamente ni en todo su esplendor. Se adora la vida de poder, de fuerza, de conquista, pero se desprecian muchas otras aristas de la existencia que han sido asumidas también por Jesús. Y ese es también el gran valor de la resurrección: toda vida ha sido llamada a la eterna bienaventuranza, ninguna está descartada y entre más frágil, más la llama Dos a gozar de su cercanía. Vivir para seguir viviendo, no simplemente para morir: ese es el gran anuncio de este domingo de resurrección. Quien lo escuche y acoja encontrará que esta vida es un prodigio, no obstante todo, pero que sigue una todavía más plena y perfecta y solo en ella seremos totalmente lo que Dios ha pensado para cada uno de nosotros. No hay tal victoria de la muerte ni del mal. ¡Felices pascuas de resurrección”