Sobre Laureano Gómez escribió alguien en El Tiempo, sin firma, en marzo 7 del 99: “Pero lo que sí no puedo olvidar es su rostro anguloso, como modelado a machete por un encolerizado escultor, y los tremendos ojos color verde aceituna sobre la piel encendida, casi púrpura, en los que destellaba con el fuego de siempre el brío indomable del viejo león”. Y su apostura “leonina” la comparo yo con otro “tigre”, que harto se le parece, con sus ojos claros, como con manos, empotrados en un rostro firme y contundente, con aires inconfundibles de “grandeur” y que responde al nombre de Mustafá Kemal Atatürk.
Su segundo nombre, Kemal (“el Perfecto”) se lo añadieron en el colegio por su brillantez y ese apellido Atatürk (algo así como “Padre de la Patria”) se lo pusieron sus paisanos de la Asamblea Nacional a este Mariscal de campo, luego General, quien fuera fundador y primer Presidente de la República de Turquía, cargo al que llegó liderando el Movimiento Nacional, triunfante en la guerra de Independencia tras brillantes campañas militares de liberación del país que decretaron el fin del Imperio otomano. Medio contemporáneo con Laureano, Atatürk había nacido en Salónica en 1881, ocho años antes de nuestro “hombre tempestad”, pero se le adelantó en el tiempo de irse, hecho que ocurrió en Estambul en 1938 –muy joven- mientras nuestro Laureano nos abandonó en 1965.
Para abrirse campo en su empeño libertario, al estadista turco le tocó ingeniárselas para sortear las dificultades propias de la falta de libertad de expresión en medio de la monarquía del sultán Abdulhamid y debió organizar reuniones clandestinas para promover su causa; todo lo contrario de Laureano, quien siempre tuvo parlamento, prensa y radio disponibles para sus discursos apoteósicos. Ambos fundaron y dirigieron periódicos, el colombiano a la luz pública (El Siglo), el turco en medio de la clandestinidad.
Siendo oficial otomano en la I Guerra Mundial, le tocó estar al lado de los alemanes y batirse contra tropas inglesas y francesas, y después contra fuerzas rusas; luego, Hitler y Mussolini se quitarían los kepis frente a tamaño gobernante. Kemal llegó al poder en 1923, para quedarse hasta el fin de sus días, con mano fuerte, pero dejando respirar la democracia. Abolió el sultanato, la Sharia (ley religiosa), la poligamia; trajo códigos “civilizados”; eliminó la obligatoriedad del uso de velo por las mujeres, a quienes les concedió igualdad de derechos y oportunidades; cambió los caracteres árabes por latinos; adoptó el calendario cristiano gregoriano y, para más veras, levantó la “ley seca” islámica para poder libar raki - licor nacional- a dos copas, acompañado de sus buenos puros.
Decretó que la imponente Basílica Santa Sofía, transformada en un templo musulmán por órdenes del sultán Mehmed II en 1453, fuera un museo, hasta hace poco, cuando el nuevo dictador disfrazado de presidente, Recep Tayyip Erdogan, la reconvirtió en mezquita y así ha tratado de llevar su reintroducción del islam en la vida pública y política, desde 2014, cuando subió, con populismo y con fuertes dosis de arbitrariedad. Y será “más fácil arrancarle el Niño a la Virgen” que tumbarlo, para pesar de los pobres turcos…
Post-it. Siguen cambios en la Policía Nacional. ¿Llegará un civil a responderle directamente al Ministro del Interior?