Como en la totalidad de la existencia las dinámicas vitales son espiraladas, de lo cual da bella cuenta la naturaleza, un proceso se completa cuando cerramos el círculo. Por ello no basta saber dar sino también aprender a recibir.
La generosidad es una virtud que está presente en los seres humanos: por más tacaños, avaros y mezquinos que algunos parezcan, el núcleo de amor que tenemos todos termina manifestándose. Si nos fijamos en la gente con quien interactuamos a lo largo de una jornada, notaremos que muchas personas comparten algo o mucho de sí mismas, desde una sonrisa y un saludo afectuoso hasta un plato de comida a quien tiene hambre, pasando por una moneda, un dulce o preciosos minutos de escucha. Esta entrega que podemos atestiguar cada día nos recuerda que la naturaleza fundamental de la que estamos hechos es de cooperación, pese a los esfuerzos sistemáticos por ponernos a competir. Incluso en esa competencia voraz se manifiesta la solidaridad, así sea entre quienes por semejanza conforman un equipo, como podemos apreciar en las manifestaciones de afecto cuando un seleccionado de fútbol hace un gol. Abrazos, risas, alegría compartida, aunque sea parcial y momentáneamente.
La acción de dar es solo una parte de la ecuación. Para que se complete el círculo -que se perfeccione la Gestalt, diríamos terapéuticamente- es preciso también el acto de recibir. Muchas personas no sienten pena por recibir, pues se valoran lo suficientemente a sí mismas que se saben merecedoras de tomar del mundo y de la vida todo lo que ellos tengan para ofrecerle. Muchas se quedan en el tomar sin dar, lo cual también deja a medias el círculo vital armónico de entregar-tomar. Por otra parte, son también muchas las personas que no saben recibir, se sienten incómodas ante los regalos y se niegan a aceptar todo aquello que les llega en forma gratuita. La cultura judeo-cristiana parece haber olvidado la importancia de recibir; de hecho en la celebración eucarística católica antes de la comunión se hace apología a la indignidad que los seres humanos tenemos para poder recibir a Dios, ¡cuando de lo que se trata la conexión espiritual es de eso, justamente! No sabemos recibir la divinidad en nosotros y, como si ello fuese una tara menor, nos enorgullecemos de ello confundiéndolo neuróticamente con humildad.
Necesitamos aprender a recibir. Es a la vez urgente e importante. Solamente en la medida en que tomamos de la existencia eso que está disponible para nosotros, podremos compartirlo. No sabemos recibir primero de nosotros mismos; uno de los postulados básicos de la inteligencia financiera radica en pagarnos a nosotros mismos cuando recibimos un salario o un desembolso, reservando un 10% de lo devengado. Esa primera entrega personal se constituye en un mensaje poderoso para la vida: merezco recibir y yo soy el primero en darme. Es igualmente imprescindible saber recibir de los otros, con alegría y gratitud; aceptar los regalos, sean estos materiales o inmateriales: una prenda de vestir, un automóvil, un piropo o un buen deseo… Honramos a la Totalidad, nos honramos a nosotros mismos y celebramos la vida cuando balanceamos el dar con el recibir. Lo merecemos, aquí, ahora.