El hombre de la calle, el ciudadano común y corriente, que a veces vota y otras se queda en casa el día de elecciones, tiene una modesta información sobre los dirigentes políticos de moda o sobre lo que hace el actual gobierno. Le importa más sobrevivir y superar las amenazas de los delincuentes en las calles, que esperan cerca de los bancos a los jubilados más desprevenidos y débiles, para dar el raponazo.
Estas personas cuentan que a sus amistades que les robaron su pensión y fueron a denunciar a las autoridades su caso, por lo que tuvieron que hacer largas colas y perder su tiempo, hasta que los atendieron y les dicen que allí no se ocupan de esos temas, que fueran a otro edificio, donde el vigilante les dice que no es hora de servicio al público, que vuelvan mañana. Es cuando la persona se siente más frustrada e impotente, por lo que decide no consignar su denuncia.
Son millares los colombianos que a diario son robados por bandas organizadas, a pie o en moto, incluso algunas se movilizan en vehículos de alta gama con vidrios oscuros, pese a que el contribuyente paga millares de cámaras por toda la ciudad, de las cuales más del 70% resultan de mala calidad o están fuera de servicio. Por fortuna, en algunos casos funcionan y en cuanto al atentado en el edificio contiguo al parque de 93, queda registrada la frialdad y sevicia con la que el asesino disparo contra el asesor financiero abatido. Así como los movimientos inútiles de su “guardaespalda”, quién portaba un arma de ruido. Algo absurdo y de no creer, que alguien porte un arma de juguete para defender a otro. Me dicen que les están negando a las personas de bien el porte de armas y algunas compran armas de juguete, para tramar a los ladrones…
Por supuesto, los delincuentes no tienen problemas de salvoconducto, empresarios del sector les alquilan las armas con silenciador. Son bandas urbanas o rurales bien organizadas, cuya única finalidad es timar al ciudadano del común, entre más débil y desprevenido mejor. En especial, cuando el sujeto blanco del ataque a mansalva va distraído hablando por el móvil. Pronto las gentes se olvidan de la víctima, de sus familiares, apenas uno que otro comenta que el muerto era hermano de un exfuncionario del ministerio de Hacienda, alguno especula sobre los motivos del crimen, dando cualquiera información sin mayor sustento. Otros callan y piensan, otro crimen en la impunidad…
En realidad, en esa zona tranquila de la ciudad y en donde se observan pasar turistas, ciudadanos del común y elementos de la autoridad, la violencia también acecha a los desprevenidos ciudadanos. Es en esas charlas ocasionales, en donde las personas intercambian casualmente información, cuando se enteran que la mayoría de ellos han sufrido atracos, asaltos, intentos de robo, en ocasiones han puesto la denuncia y nada, no aparecen los responsables, sigue la impunidad.
Por lo demás, tras hablar un tanto con otros contertulios de los establecimientos de la zona, nos comentan que los asaltos de los maleantes tras los relojes de marca se multiplican, lo mismo que siguen a las muchachas que llevan joyas de oro y en especial móviles. El comercio de celulares es internacional y en diversos países los sustraen, para borrar la procedencia y venderlos en otros.
Es cuando el ciudadano inerme se pregunta si están las cámaras, se conocen las motos en las que se movilizan los reponeros, se les puede seguir a través de las mismas, existe la posibilidad eminente que la autoridad conozca sus guaridas y proceda a detenerlos o por lo menos a desarmarlos. La cosa parece fácil, más los delincuentes tienen equipos de abogados, con cómplices que los encubren, con cadenas de testigos falsos, incluso con la capacidad de intimidar a sus denunciantes.
Al parecer, para combatir ese tipo de delitos, que van desde el raponazo hasta el homicidio se deben organizar por zonas las comunidades, los comercios, los vecinos, las instituciones; incluso, en un momento dado, contar con unas rejas en las que se detenga provisionalmente al delincuente, en tanto llega la autoridad, lo que no debe pasar de unos minutos. Al estar de momento enrejado el criminal lo pueden ver los transeúntes. Al conocer la cara del pillo, a partir de esa identificación le queda más difícil sorprender a los vecinos.
Es un comienzo, en la finalidad de combatir la criminalidad con la ayuda de la organización ciudadana, el valor civil y el respaldo de las autoridades. Puesto que de seguir las cosas como van, en una ciudad de más de 10 millones de habitantes donde menos del 1% de delincuentes que la están acosando, va camino de tornarla invivible para los inermes y buenos ciudadanos.