La mayor riqueza del país (I) | El Nuevo Siglo
Domingo, 15 de Abril de 2018

“¿En dónde está, oh muerte, tu victoria?” (I Cor.15, 55), cantamos con júbilo el día de la Resurrección de Jesús. Hemos conmemorado la más grande e injusta condena y crimen sin piedad, cumplidos en contra del Hijo de Dios hecho hombre, pero, a continuación de ello, el más grande milagro de la historia al liberarse Él mismo, con su propio poder, de las garras de la muerte. Vino, de allí,  la confusión de quienes quisieron sepultarlo para siempre, al darse su Resurrección gloriosa, “al tercer día”, como lo había anunciado (Jn.2, 19).

Esa es la fe que difundieron los Apóstoles, quienes, ante las claras apariciones del Resucitado, con repetidas constataciones  de ese hecho, y la fuerza del Espíritu Santo recibido en Pentecostés, pregonaron por todo  el mundo esta verdad y dieron testimonio de ella ofrendando sus vidas en el martirio, por la certeza de ella y la riqueza infinita del mensaje del Crucificado.

Han pasado dos milenios desde aquellos hechos, y se continúan repitiendo las mismas reacciones ante la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. De una parte firmes y entusiastas testigos de su santo y sapiente mensaje, orientador del mundo, y, de otra, millares de empecinados incrédulos de esas verdades, no obstante lo comprobado de los hechos y la claridad del mensaje. Son éstos pregoneros de otros mensajes, que quieren presentarse “de avanzada”, pero que son caminos deleznables, con perspectivas de ruina.

En mi calidad de Obispo Emérito, sin responsabilidad, ahora, de ninguna jurisdicción eclesiástica en particular, he tenido oportunidad de acompañar en estos últimos 15 años, a distintas comunidades de diversas regiones del país, en celebración de la Semana Santa y en posesión de nuevos Obispos de Diócesis que el Santo Padre les ha asignado. He constatado, en ese acercamiento, la misma caprichosa displicencia de unos pocos, pero, a la vez, la fe viva y entusiasta de millares de fieles, que dan sentido y alegría a sus vidas, dentro de la Iglesia de Cristo, en unidad fervorosa, no obstante las fallas humanas que en ella, explicablemente se dan por ser humanos sus componentes. Los obstinados adversarios logran, hoy como ayer, seducir a algunos con “fábulas” lisonjeras, como decía S. Pablo (II. Tim 4,4), y los alejan de la fe, pero la mayoría de los creyentes permaneciendo firmes, agradecidos de nuestros mayores, clérigos y laicos, fieles a la más grande riqueza de nuestro país: su fe.

Se habla de la Semana Santa en Popayán y en Mompox como certámenes de solo folclor, con poca profundidad religiosa, pero, al haber acompañado esas comunidades, doy testimonio de que, en medio de sus preciosas arquitecturas  coloniales, en el fondo hay hondas raíces de la fe del ayer que serán, ciertamente, gratas al Hacedor divino, que atraen tantas bendiciones para sus gentes sencillas, algo que es preciso defender ante engañosos materialismo y secularismo pregonados en nuestros días. Habrá turistas interesados solo en detalles externos, de frio sentimiento religioso, pero permanecen la fe y devoción en el corazón de las gentes del lugar, aunque, por la debilidad humana, este mezclada con fallas en sus costumbres.

He estado, también, en Guaviare, la Guajira y Chocó, en donde, en ambiente contrastante, en medio de no pocos problemas, se percibe gratitud y respeto por la fe cristiana-católica, con reconocimiento a la Iglesia por su gran labor evangelizadora y cultural, con acogida de su “folclor en los homenajes litúrgicos al Señor, y  recepción cordial a quienes como nuevos Obispos llegan a ofréceles el don precioso de la Fe. Al reconocer tan invaluable riqueza sienten que es preciso defenderla, en lo religioso en lo cultural y en lo político, de “falsos profetas” que como lobos rapaces anunciados por el propio Jesús trataran de destrozar sus sencillas ovejas  (Mt. 7,15)  (Continuará)

 *Obispo Emérito de Garzón

Email: monlibardoramirez@hotmail.com