Hacer predicciones políticas en este país nuestro, el más sorprendente acaso del mundo, es arriesgado: días antes del 8-m escribí que esta iba a ser la última manifestación feminista en la que doña Irene Montero iría encabezando, como ministra y como lideresa de un partido, una pancarta. Vaticiné lo que parece un evidente ocaso político, tras la derrota de su versión del 'sí es sí' en el Congreso, tras la soledad patente, en un islote en los escaños azules de la Cámara Baja, sin más ministras ni ministros -y menos aún el presidente Sánchez- a su lado. Creí, creo, que alguien con su currículum, con su obvia falta de preparación, con su patente altanería, con su afán disruptivo, tenía, tiene, un futuro corto en esto de la política, incluso en España. Y, sin embargo, le queda un 27 por ciento de respaldo cerrado, sólido. ¿Es el fin o el comienzo de algo?
Que Irene Montero, aquejada de un obvio 'síndrome de Hubris' -calificado como una "desmesura del orgullo y la arrogancia" derivada de un poder inesperado-, tiene aspiraciones de liderar Podemos frente a lo que pueda representar Yolanda Díaz, su enemiga (aún) no declarada, es algo que nadie discutiría. No pueden ser las 'números uno y dos' de una candidatura a la izquierda del PSOE: agua y aceite. Montero (Irene) es la más impopular del Gobierno y Yolanda Díaz, la más aceptada, según las encuestas, casi unánimes en esto. Sin embargo, obra en mi poder una encuesta que me han enviado mis amigos de Metroscopia, según la cual un 27 por ciento de los preguntados considera "buena o muy buena" la gestión del Ministerio de Igualdad que regenta, casi como un club de amigas, Montero. Un 60 por ciento considera esta gestión "mala o muy mala", y el otro trece la considera "regular" o no sabe/no contesta.
Atención a estos datos, porque un 27 por ciento puede representar el voto del cabreo, la frustración o la casi tangible ruptura generacional sin precedentes. Ese cabreo, derivado de un malestar que aún no ha irrumpido, empieza a ser patente en las calles, amenazando con un nuevo 15-m de indignados. Y solo puede favorecer, como ocurre en Francia, a los partidos extremos, Vox y, sobre todo, Podemos en el caso español. ¿Quién es el rostro de ese Podemos que no acaba, pese a sus muchos errores, pese al patronazgo 'desde fuera' de alguien como Pablo Iglesias, de hundirse del todo en los sondeos?¿Yolanda Díaz, cada vez más asimilable al 'establishment'?¿O Irene Montero, la aspirante a Pasionaria del siglo XXI, cuya efigie ora airada, ora llorosa, lleva semanas ocupando, u okupando, las páginas de los periódicos o los informativos de televisión?
Eso sí, esta mujer, de trayectoria singular -lo que ocurre mucho en la política española, obviamente-, representa un principio de división, en el feminismo y en todo lo que toca. Pero la política de confrontación 'vende', al menos en España, y eso también lo sabe Pedro Sánchez, que creyó que la pesadilla para 'su' Gobierno iba a ser Pablo Iglesias, y se encuentra ahora con que es la 'herencia pablista', doña Irene, la que le desestabiliza, de manera que no se sabe muy bien si al presidente le perjudica ahora más fuera que dentro del Consejo de Ministros. La salida de Montero (Irene) del Ejecutivo enfadaría, ya se sabe, al 27 por ciento del país, Metroscopia dixit. Eso sí, gustaría al 60 por ciento, y no todos son de derechas.
Sánchez tiene que elegir. Lo que no puede hacer, hay que insistir, es no hacer nada, y limitarse a distribuir vídeos sirviendo un cafelito en La Moncloa a mujeres altas ejecutivas de empresas mientras la manifestación discurre por las calles. Y, de momento, con Irene Montero al frente de la pancarta más chillona. Seguramente, no estará allí el próximo 8-m, pero hay un 27 por ciento de ciudadanas y ciudadanos que piensa muy otra cosa. La España del 27 por ciento.