En la Iglesia creemos que estamos en un cambio de época y no solo en una época de cambios. Esto quiere decir, entre otras cosas, que parece estar quedando atrás una cultura para dar paso a otra. Al decir cultura se piensa en toda una visión de la existencia y dentro de ella una concepción de lo que es la vida misma, el ser humano, la naturaleza, las relaciones entre todo lo que creado, la razón de ser de lo que existe. Y, en forma explícita o implícita, cada cultura, la que se va y la que llega, tienen unos valores propios. También unos ideales, unas actitudes. Tiene cada una sus puntos de encuentro y de desencuentro con lo que no es igual a su propuesta. Aunque se suele afirmar lo contrario, las culturas, todas, tienden a ser excluyentes en alguna medida, sin que esto siempre se convierta en aniquilación o en violencia, pero sí en preponderancia de una respecto a otras.
Conviene, sin embargo, hacer notar que estos cambios ‘epocales’ o transición de una cultura a otra, no son ni fáciles ni siempre pacíficos. En la actualidad parecería que el mundo occidental quisiera sacudirse de la cultura generada por el judeo-cristianismo y sus valores anexos. Pero la lucha por deshacerse de este marco cultural ha resultado muy difícil pues los nuevos conquistadores han encontrado que los valores y las propuestas del judaísmo y el cristianismo están arraigados muy profundamente en el mundo occidental aun en comunidades y personas que ni siquiera se han hecho una pregunta al respecto. Y también en muchos de sus contradictores. Es que, mal sumados, judaísmo y cristianismo, llevan al menos tres o cuatro milenios marcando el desarrollo de la comunidad humana de occidente y buena parte de oriente. Como quien dice, sacar este viejo inquilino es más difícil que sacar un arrendatario moroso en Colombia.
Pero quizás la mayoría no quiera sacarlo, sino adaptarlo a las cambiantes realidades de la humanidad, sin que por ello se pueda afirmar que hay realmente un nuevo ser humano. Es, de alguna manera, el mismo de siempre, con lo bueno y lo desconsolador que pueda tener esta afirmación. Pero los choques son inevitables. Y se dan entre los que se encuentran cómodos en este marco cultural judeo-cristiano y descubren allí un medio propicio para realizarse y aquellos que quieren refundar la civilización desde sus mismos cimientos y ven necesaria una demolición, si no total, de buena parte sí.
Es imposible predecir qué está por venir y qué va a desaparecer. De momento quizás lo único seguro es que, para vivir en esta transición de la historia, se requiere tener conciencia de que estamos en tiempos de lucha y hay que dar la pelea –sin estrangular a nadie- por aquello que sintamos le da sentido a la vida, no solo la propia, sino la de todos. Si logramos despertar esta conciencia de una cultura que abarque y beneficie a todos, será bienvenido el cambio de época.