Se solía decir que antes de que llegara el periódico a una casa no había comenzado el día. La prensa era el acompañamiento del primer café de la mañana. Los diarios eran la mayor fuente de información y análisis de las noticias. Eran, sin lugar a duda, los más importantes formadores de opinión.
Así era en mi casa, de niña, en Bogotá. En las mañanas llegaban, La República, El Siglo, El Colombiano, El Espectador y El Tiempo. Cada diario se leía íntegramente y se recortaban o subrayaban artículos y columna importantes.
Naturalmente, los dos más analizados eran La República y El Colombiano, en cuya fundación habían participado, en el primero, mi padre Mariano Ospina Pérez y en el segundo mi tío Julio Hernández, hermano de mamá.
Además, doña Bertha, mi madre, publicó, durante 28 años, su polémica columna, El Tábano” en La República y, luego, en El Espectador, cuando su director era don Guillermo Cano. Por eso se puede decir, que el periodismo lo llevo en la sangre.
Comencé a escribir una columna, la cual se ha publicado en diarios nacionales e internacionales, desde enero del 2003. La primera salió en el Nuevo Siglo. Don Juan Pablo Uribe, su director, fue mi invaluable maestro. Siguieron: El Colombiano, El Diario del Huila, El Nuevo Herald, de Miami, y otros.
Hasta hoy he publicado 1.030 columnas. En ellas he analizado los eventos más relevantes de esos años. Hitos políticos que sacudieron al país como fue la elección y gobierno de Álvaro Uribe, el secuestro y asesinato de tantos colombianos, algunos muy ilustres, masacres, bombas criminales y tragedias de todo estilo, y el rotundo éxito de la Política de Seguridad Ciudadana establecida por Uribe, la cual estuvo a punto de terminar con las Farc.
Luego, la elección de Juan Manuel Santos con los votos de Uribe, bajo su promesa de seguir con la Política de Seguridad. Promesa que incumplió inmediatamente, al anunciar apresurados diálogos de “paz” con la guerrilla, dándole un soplo de vida a las Farc, cuyos cabecillas terminaron como senadores, luego de la firma del Acuerdo de La Habana.
Viví y comenté los vaivenes de dicha negociación y, al final, el triunfo del NO, en un plebiscito que identificó, correctamente, el peligro de firmar un acuerdo de paz plagado de problemas.
También he compartido con mis lectores, momentos dramáticos e históricos del mundo, viajes por decenas de países, libros, poemas, meritorios personajes, música arte y las dolorosas consecuencias de la pandemia que vivimos. Espero que mis columnas los hayan enriquecido.
Me declaro defensora de la prensa, como puntal de ideas, análisis minucioso y responsable de la información. Lamentablemente, hoy los diarios impresos luchan por sobrevivir. Lo que se lee en ellos ya se ha visto resumido, sin sustancia, en los noticieros de televisión; además las redes sociales lo han mascado y regurgitado con poco entendimiento o análisis, de manera totalmente visceral, muchas veces mentirosa. Vivimos en la era de “la mentira glorificada”.
Hoy para gobernar, escribir o sobresalir se requiere ser joven, con una alta dosis de vulgaridad y mucho descaro. El futuro es de los “influenciadores”. Pero nada tiene la seriedad de un editorial o un artículo bien estructurado; puede no ser “tendencia” pero es veraz y debemos defender su existencia.