Aunque todavía falta la votación de los representantes estatales en el Consejo Electoral -lo que tendrá lugar el 14 de diciembre-, así como la certificación del nuevo Congreso y las decisiones judiciales sobre procesos que instaura Donald Trump, todo indica que Joe Biden ha sido elegido presidente de Estados Unidos. Su vicepresidenta será Kamala Harris, una carismática abogada afroamericana, hija de inmigrantes. Dos líderes que han demostrado, además de sus convicciones democráticas, el propósito de afrontar cuanto antes la grave situación generada por la pandemia de Covid-19 y la voluntad de corregir muchos errores de la actual administración en el campo internacional, en materia económica y ante el recalentamiento global.
Antes de ser conocidos los resultados finales del proceso en Pensilvania, con los cuales Biden sobrepasó el mínimo de 270 votos electorales para darse por elegido, al candidato demócrata no se adelantó a reclamar el triunfo, aunque confió en que lo lograría, pero pidió calma y la contabilización de todos los sufragios, mientras el presidente Trump afirmaba públicamente un fraude sin prueba alguna, hasta el punto de provocar que -todos a una- los principales canales de televisión norteamericanos lo sacaran del aire y lo corrigieran.
La actitud asumida por el actual mandatario ante el hecho incontrovertible de la derrota confirma, además de su carácter autoritario, los enormes daños que causan a la democracia gobernantes fanáticos que se apegan al poder.
Al mismo tiempo, en Bolivia tomó posesión este domingo el nuevo presidente Luis Arce, economista elegido por voto popular, perteneciente al partido MAS, quien recupera el rumbo democrático de ese país tras un año del gobierno de facto instalado en desarrollo del golpe de Estado contra Evo Morales.
Esos dos acontecimientos dejan algunas enseñanzas a Colombia. Nuestros gobernantes y funcionarios no deben precipitarse en el futuro a tomar decisiones de apoyo o rechazo a ninguna de las partes en confrontaciones políticas o en procesos puramente internos que se deben desenvolver dentro del concepto de autodeterminación de los pueblos.
Es mejor la prudencia, propia de la diplomacia. Así como no hemos debido adoptar posición respecto al abrupto cambio de gobierno en Bolivia, respaldando a la señora Jeanine Áñez como presidenta interina, lo que implicaba desconocer -sin que nos correspondiera- la reelección de Evo Morales, tampoco hemos debido asumir partido en relación con el proceso electoral estadounidense, apoyando a Donald Trump, para después -ante los hechos- tener que reconocer el triunfo de Biden y la elección de Arce. Ni alinearnos con Guaidó y con la oposición venezolana como si Colombia fuera uno más de los partidos que la integran.
No decimos que las posiciones hayan debido ser las contrarias -a favor de Morales, Biden o Maduro-, porque ello sería igualmente erróneo e indebido. Pero sí pensamos que nuestros gobernantes deben ser prudentes y tienen que ocuparse en asuntos que de verdad nos conciernen, como la pandemia y sus efectos en la vida y la salud de los colombianos, los crímenes contra líderes sociales, las masacres, la desigualdad y el abandono existente en varias de nuestras comunidades.