Daniel Gutiérrez Ardila es uno de los más importantes historiadores que tiene el país. Su último trabajo “La Regeneración, nueva historia de un proceso político constituyente que transformó a Colombia, 1875-1886” (editorial Taurus), así lo demuestra.
Cuando se habla de la Regeneración inmediatamente se piensa en Rafael Núñez y en una de sus múltiples biografías. Este trabajo no es una biografía de Núñez; es más bien una biografía del proceso mismo de la Regeneración. De sus antecedentes, de sus ideas fundamentales, de las razones y maneras por las cuales Colombia hizo el tránsito entre un régimen federal del establecido en Rionegro en 1863 a la carta de 1886.
El libro es un relato histórico sólido de lo fundamental y lo accesorio en aquella enorme transformación política que representó la coalición entre liberales independientes y conservadores que acompañó al solitario del Cabrero en el viraje político que terminó sepultando al radicalismo, y abriendo nuevas avenidas políticas para Colombia que durarían más de un siglo.
La primera tesis que demuestra Gutiérrez Ardila, luego de rastrear escrupulosamente archivos y correspondencias de los protagonistas, es la de que la transformación regeneradora no fue algo inesperado que surgió de una brillante idea de Núñez.
Las ideas de dar al traste con el régimen federal surgen casi coetáneamente con la Constitución de Rionegro del año 1863. Colombia se convirtió en un doloroso sainete que iba a durar poco más de veinte años, en el que predominó el desorden, la descoordinación entre los nueve Estados soberanos que conformaban los Estados Unidos de Colombia, la ausencia total de autoridad central para arbitrar las frecuentes querellas entre ellos, la arbitrariedad en el manejo de lo público, y la ausencia total de autoridad.
El vicepresidente Caro se refirió a las “repúblicas diseminadas” para señalar el desorden monumental que nació con el régimen federal del que se dice que Víctor Hugo calificó como “república de ángeles” pero que en la práctica fue más bien una “república de demonios”.
Núñez, como lo demuestra el autor rastreando su correspondencia y los frecuentes artículos periodísticos que fueron la manera preferida de Núñez para comunicarse con la ciudadanía, siempre estuvo insatisfecho con el régimen federal y lo combatió por dos décadas hasta llegar al poder. Y, triunfador en la guerra civil de 1885, pudo llevar a la práctica sus ideas e imponerlas al olimpo radical al que había combatido permanentemente.
La Regeneración fue, en el fondo, el triunfo de las coaliciones políticas sobre el exclusivismo radical.
Cuando el 1 de abril de 1878 el señor Núñez -como presidente del Senado- posesiona al general Julián Trujillo- pronuncia la famosa expresión: “regeneración administrativa fundamental o catástrofe”, que marcó la ruta que iba a definir su conducción política en aquellos borrascosos años de las últimas dos décadas del siglo XIX.
Un dato curioso que desmenuza el autor es el de que Núñez, para organizar constitucionalmente el andamiaje la Regeneración, recurrió al instrumental jurídico heredado del mismo régimen federal del 63 que estaba demoliendo: llamado al mandato municipal, convocatoria al consejo de delegatarios designados por cada uno de los Estados soberanos. Que, aunque cambiaron de nombre con la carta del 86, conservaron su fisonomía política inalterada hasta comienzos del siglo XX cuando, luego de la guerra de los mil días y el quinquenio de Reyes, se transforman en meros departamentos.
Leyendo el libro de Gutiérrez Ardila se da uno cuenta que, en realidad, la Constitución de 1991 aunque cortó de tajo con todo el texto constitucional del 86, las ideas centrales de la Carta Regeneracionista permanecen entro de nuestro espíritu constitucional.
“Las principales reformas introducidas por la Regeneración -dice el autor- triunfaron hasta convertirse en patrimonios suprapartidistas (abolición de las soberanías seccionales, unidad de la legislación civil y penal, Concordato, centralización del orden público). Aún más: han subsistido hasta nuestros días.”
Más allá de los errores que cometieron las gentes de la Regeneración, que no fueron pocos y de las intransigencias políticas en que incurrieron los últimos mandatarios regeneracionistas en especial del vicepresidente encargado del poder presidencial, el señor Caro, a quien por su intemperancia no faltan quienes le atribuyan la mayor parte de la responsabilidad en la guerra de los mil días; lo cierto es que mientras Núñez ejerció directamente sus múltiples presidencias siempre buscó la concordia y, en cierta manera, transformar el ejercicio del gobierno en un pacto más que en un despojo.
El libro de Gutiérrez Ardila no es un ditirambo de Núñez. Pero sirve muy bien para entender que la “leyenda negra” que contra él montaron sus opositores (en especial los radicales) careció siempre de fundamento y sindéresis.