En las páginas finales de su ensayo ¿Qué es la Democracia? (Ed. Altamira 1994) Giovanni Sartori plantea el interrogante: ¿Fin de la Ética? Y, tras minucioso examen de las vicisitudes político-sociales contemporáneas, afirma que “el hombre occidental se convierte cada vez más en un animal económico”. Son los efectos dramáticos de la primacía del neoliberalismo y de la captura de la democracia por el capitalismo salvaje, con la consiguiente crisis de ideales que, a decir de Sartori, es fundamentalmente una crisis moral.
Cuando una empresa como Odebrecht, que en su campo era la voz del grande y orgulloso Brasil, organiza una División de Operaciones Estructurales dedicada exclusivamente a los sobornos, a la compra de conciencia de los detentadores del poder en todo el mundo conocido (faltan datos de Europa y Asia) está probando que la sociedad del siglo XXI, en la cual vivimos, es una sociedad inmoral y que la ética ha dejado de ser el faro del accionar público y privado. Muy lejanos están los días de la utopía cuando creíamos que la política “es la única actividad capaz de asumir la dura y maravillosa tarea de lidiar con la condición humana para construir una sociedad más digna”.
En Colombia, el caso Odebrecht saca a la luz una práctica perversa extendida por todas partes. Por ejemplo, el carrusel de la contratación en Bogotá y el robo de la Guajira muestran lo que sucede en el país y focaliza la ausencia de controles que impidan los latrocinios. Lo cierto es que los organismos de control no se adecuaron a la elección popular de Alcaldes y Gobernadores y, por eso, son impotentes ante la desmesura de la corrupción. Es bien sabido que hay oportunidades sin límites para los traficantes de contratos quienes descaradamente compran administraciones por cuatrienios. Es entonces cuando los funcionarios, ya con los bolsillos llenos, ejercen imperialmente sus mandatos ajenos a las necesidades de sus comunidades.
El oscuro escenario se complementa con partidos políticos que han renunciado a la intermediación entre la ciudadanía y las autoridades, uno de los fundamentales de toda organización política. Asistimos a la ilegitimidad de la representación. Se ha cambiado proselitismo por clientelismo y, para colmo de males, el clientelismo se ha convertido en un fenómeno de doble vía debido a que acostumbraron tanto al elector a la dádiva, que ahora la exige y juega al mejor postor. Estamos en una democracia de electores no en una democracia de ciudadanos.
En fin, la esperanza de las multitudes luego de la victoria de la democracia sobre el totalitarismo se ha ido tornando en escepticismo e indignación. La decepción de las masas ha estremecido los cimientos de la democracia representativa y abrió la puerta de la incertidumbre, presente hasta en la mayor potencia del mundo. ¿Podrá el imperio del dinero fácil asegurar un futuro democrático o arrastrará en sus perversidades la democracia occidental? Sartori afirma que el comunismo desapareció fácilmente de la historia porque perdió la fe en sí mismo. ¡Cuidado! Ese virus letal se expande con la fiebre de la corrupción. La situación exige a los adalides de la democracia que los principios éticos rijan la Sociedad y el Estado para que el sistema que tutela la libertad del hombre nunca desaparezca de la faz de la tierra.