Tiene razón la canciller alemana Ángela Merkel al afirmar que en la historia reciente no ha existido ningún otro desafío en el que tanto dependa de la actitud solidaria de los habitantes del planeta, y que sólo saldremos airosos de la crisis generada por el Covid-19, si cada uno entiende como propia la tarea de desacelerar la propagación del virus acatando estrictamente el aislamiento. No solamente para dar tiempo a que los investigadores puedan desarrollar un medicamento y una vacuna, sino ante todo, tiempo para que quienes enfermen puedan recibir la mejor atención posible.
Como ella recuerda, “no son cifras abstractas en una estadística, sino un padre o un abuelo, una pareja. Son personas. Y nosotros somos una comunidad en la que cada vida y cada persona cuentan”. O como bellamente dijo el poeta John Donne: “Ningún hombre es una isla entera por sí mismo; cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.”
Sentirnos responsables con nuestras acciones de la vida de cada persona que pueda llegar a infectarse debe ser la guía, pensando además que en Colombia, si bien tenemos un magnífico y abnegado cuerpo médico, nuestro sistema de salud tiene recursos muy limitados y el riesgo de colapso es evidente.
En esa perspectiva también debemos sentirnos llamados a ayudar, en la medida de nuestras capacidades, a quienes están en frágiles condiciones económicas para enfrentar esta crisis. El Gobierno y el empresariado deben necesariamente focalizar en ello importantes recursos, pero toda persona debe preguntarse cuál puede ser su contribución posible para evitar que esa vulnerabilidad no condene a muchos a padecer la enfermedad con todos sus riesgos, o a no poder llevar en condiciones dignas los mandatos de confinamiento.
Por otra parte, debemos hacer valer nuestro derecho a una información veraz y responsable sobre lo que está sucediendo, lo cual comporta exigir de las autoridades la debida transparencia en el manejo de los datos, pero también asumir nuestro deber de contribuir a que no circulen noticias falsas, y a denunciar toda conducta o aprovechamiento de estas circunstancias que agrave la actual emergencia.
Ello también es vital para proteger la democracia en el mundo, pues, como recuerda Harari, en los últimos años, algunos líderes irresponsablemente han sembrado la desconfianza frente a la ciencia, las instituciones y los medios de comunicación, y en esta coyuntura podrían apelar al autoritarismo, argumentando que no se puede confiar en que los ciudadanos hagan lo correcto o que en un marco de derechos y libertades se pueda enfrentar este flagelo. Con una respuesta solidaria frente a la pandemia y la asunción de nuestros deberes de vigilancia podremos contribuir a desalentar cualquier forma de utilización de esos argumentos.