Esta carreta parece ir hacia un despeñadero. No se ve la luz al final del túnel, mucho menos de ese que hace tantos años quiere atravesar la cordillera central para conectar racionalmente al oriente con el occidente del país.
Nada parece tener lógica en esta Colombia que quiere salir adelante, aprovechar sus recursos económicos y humanos, su biodiversidad y toda esa riqueza que le proporcionó la naturaleza. Hay de todo, existe cuanto represente fortuna y progreso, pero hay barreras que nos unen para detenernos, horadar, diezmar y frenar la dinámica que nos impulsa. Nuestros líderes piensan en apoderarse de todo, en perpetuarse en el poder, el tiempo y la distancia. Utilizan su influencia, dinero y brillo para sembrar sentimientos nocivos en la mente de los 45 millones de compatriotas.
Aquello de que la unión hace la fuerza, agoniza y muere entre nosotros. Vale más el pesimismo que el vaso medio lleno o repleto. El adagio: “dura más un centavo en la puerta de una escuela”, es moneda corriente entre los colombianos. No hay seguridad, propiedad o pertenencia que perduren, porque la corrupción las absorbe.
Pocos son los que tienen legitimidad sobre algo. Los poderosos aprovechan sus influencias en el ejecutivo, el legislativo y el judicial para apoderarse de cuanto ven a su alrededor. La independencia de poderes brilla. La Constitución es un librito cerrado.
La credibilidad decae en las tres ramas. Día a día es más precaria. Los medios pierden autoridad y poco o nada aportan a una sociedad desunida, hastiada, insatisfecha y observadora de una creciente desigualdad producto de un Estado injusto, orientado e inclinado solo hacia un sector de la población.
Esa la razón para la incredulidad, la falta de ganas y la efímera paz que se perciben a lo largo y ancho de esta patria. Con una violencia prefabricada y que, manejada con paramilitares, se apoderó de la tierra productiva, dejándola en manos de un puñado de grandes terratenientes que hoy manejan la cosa política y la corrupción.
Por fortuna, aun quedan pensadores y optimistas que se apartan de lo que vemos a diario y que trabajan, luchan y exponen hasta sus vidas para buscar esa luz al final de túnel. Ellos ven como se reparte la riqueza, cómo se caen edificios mal construidos, se derrumban puentes, cómo se pierden o editan elementos de expedientes que comprometen a quienes manejan todas las cosas, cómo los investigadores se investigan, cómo se abren licitaciones amañadas, cómo la salud está en ruinas, cómo se asesinan líderes, cómo actúan los enemigos de la paz, etc, etc. En esos ejércitos invisibles descansan todas las esperanzas y probabilidades de una patria próspera, una nación con futuro para todos y una equidad que nos lleve a la felicidad.
El compromiso ahora es de esos invisibles que quieran conformar una fuerza que mande al traste este statu quo y nos conduzca a la tierra prometida que todos anhelamos.
BLANCO: Los héroes que salvaron Hidroituango.
NEGRO: Todos contra e terrorismo. ¡No podemos dar el brazo a torcer!