La gran comunicación universal, masiva, ilimitada, es hoy en día ultra-liberal, super agresiva, inmisericorde, ostentosa de lo odioso, carente de criterios y están en manos, o en dedos, de muchas personas indignas de confianza. Sus contenidos hacen alarde día y noche de esos temas que se han vuelto imposibles de conversar porque simplemente no hay deseo de ver las cosas de otra manera. Entonces ese mar tormentoso se goza en elogiar las afrentas a la vida el animalismo por encima del humanismo, el suicidio por encima del amor a la vida, la política del odio por encima de la convivencia pacífica, etc. Lo curioso del asunto es que parece que todas estas posiciones radicales, o acaso irracionales, para ser más exactos, necesitan del aparato propagandístico y violento para conservar su vigencia, aunque quizás la realidad no sea tan favorable a ellos como se lo imaginan.
Y aquí es donde entran a jugar las estadísticas. Y estas indican por todos los medios que la humanidad nunca pierde su instinto de conservación ni el sentido común. En ocasiones la comunidad humana se bota al Nilo, aunque esté infestado de cocodrilos, y sabiendo que algunos pocos quedarán en las fauces de esos temibles saurios. Pero la humanidad sabe que lo importante y el ideal es y seguirá siendo el llegar a la otra orilla para vivir, alimentarse, reproducirse, protegerse y prolongar la existencia de todos. Ese lanzarse a las aguas infestadas de peligros ha tenido nombres diversos: guerras, totalitarismos, tiranías, esclavitud, prohibición explícita o implícita de tener hijos, adicciones creadas, etc. Y por desgracia muchos seres humanos han encontrado allí su tristeza y su muerte. Pero la humanidad, como comunidad, compuesta de seres libres, espirituales e inteligentes, ha proseguido su marcha, rompe cadenas todos los días, se niega a renunciar a la conquista de los cielos nuevos y la tierra nueva.
Esto no quiere decir que se pueda cantar victoria porque quizás no sean tantos, aunque son bastantes, los que quieren instaurar ese reino de tristeza, soledad, destrucción, indignidad. Lo que se quiere afirmar es que hay que mirar más en profundidad para ver las fuerzas tan potentes que tiene la especie humana para no dejarse llevar al abismo, que, para unos cuantos, parece ser la meta de todo.
Conviene, pese al peligro que conlleva hoy en día, seguir proclamando a los cuatro vientos que es mejor la vida que la muerte, que sin la menor duda es más importante un ser humano que un animal, que los niños son el encanto de la comunidad humana, que a todo enfermo se le puede cuidar, aunque no se le pueda tratar, que sin amor todo lo que se hace en la vida pierde valor, que existir es en realidad un privilegio que bien vale la pena conservar y proteger. Y, aunque suene pretencioso, hay que decir que están muy equivocados los que favorecen lesionar la vida humana, rebajarla de categoría, terminarla antes de su tiempo definitivo, amarla menos que otras vidas.
La actual lucha contra la pandemia del covid-19 es una muestra elocuente, y estadística, de que la humanidad quiere sobre todo vivir y vivir bien. Y, demuestra también, en el caso de parte de los fallecidos sin vacunarse, que al mal no se le puede dar oportunidad porque coloniza. Pero, estadísticamente, aquí también gana la vida. ¡Que vengan también a jugar a este lado los que quieren lanzarse al Nilo con los ojos cerrados! Siempre será oportuno abrir los ojos a tiempo.