Repasando las noticias de la Iglesia en el mundo, me encuentro regularmente con situaciones en las que personas o instituciones, gobiernos y Estados, colectivos y grupos diversos, columnistas y actores de diversa ocupación, se dirigen a ella en tono de darle órdenes y orientar sus acciones. Hace poco el gringo Pompeo le estaba diciendo al Vaticano que no renovara sus acuerdos con China. El señor que dirige (¿?) México le está pidiendo a la Iglesia que se disculpe con los aborígenes por sus actuaciones en la conquista, cosa que por lo demás ya hizo en lo que cabía Juan Pablo II hace mucho tiempo. Sobre temas álgidos como vida, muerte, eutanasia, aborto, matrimonio, todos se sienten con autoridad para decirle lo que debe pensar y sobre todo para pedirle que piense de otra manera, a la manera de ellos, proponen.
En las relaciones con la Iglesia, por desgracia, muchos de sus interlocutores no tienen mayor cultura religiosa o eclesial y entonces la conversación se hace difícil y a veces como de sordos. No saben, por ejemplo, que el pensamiento de la Iglesia, sus doctrinas (palabra que les da urticaria, aunque suelen ser ellos muchos más dogmáticos en sus posiciones), tienen fuentes precisas. Por ejemplo, y principalmente, la Palabra de Dios, que, es mucho más que un cúmulo de lemas sagrados. Es una preciosa amalgama del querer de Dios y las realidades humanas. También es fuente del pensamiento de la Iglesia todo el trabajo intelectual y pastoral realizado durante más de dos mil años y que le da a la Iglesia un conocimiento único de la condición humana, en sus fortalezas y en sus debilidades. Y, aunque pueda parecer un poco extraño, la Iglesia se alimenta muy nutritivamente de su actividad orante y de allí, más que de cualquiera otra fuente, surgen sus ideas más propias, más fuertes y más sólidas. También es fuente del pensar de la Iglesia la escucha nunca interrumpida de las personas.
Pero la Iglesia tampoco está cerrada a lo que se le dice de partes amigas y de otras no tan amigas. Finalmente está situada en el mundo y no en la estratosfera. Pero no traga entero, entre otras cosas, porque hasta el pensamiento científico está hoy muy condicionado, por no decir arrodillado, a intereses políticos, económicos, nacionalistas. Como están llenos de intereses ocultos y no tanto, copados, la mayoría de contradictores de la Iglesia. Pero se escucha su palabra por dura que sea. Y aunque tampoco sean miembros de la Iglesia los que viven pidiendo que esta sea de otra manera. ¡Qué tal los atrevidos! Pero la Iglesia tiene digestión lenta. No les corre a las ideas de moda, que, como escribe Víctor Hugo, hacen más mal que las revoluciones.
El mundo y la cultura actual no son creación propiamente de la Iglesia. Son fruto de todos estos y otros más que le truenan a la Iglesia en los oídos para que abandone su ser original y se una al mundo plenamente feliz que está por despuntar. Pero desde la toma de la Bastilla están con ese cuento y nada de nada. Mejor seguir bebiendo pausadamente del pozo de Jacob que de las cisternas agrietadas de las ideas de moda.