Un día un volcán nevado se derritió y arrasó con Armero, en el Tolima. No habían pasado ocho días desde que una manada de asesinos se tomó el Palacio de Justicia y sacrificó a decenas de personas. Poco tiempo después otro delincuente sembró de carros bombas el país, matando gente a diestra y siniestra. Mientras tanto, la guerrilla demolía pueblos enteros a punta de cilindros bomba, además de acabar con infinidad de familias a punta de secuestros y extorsiones. En las carreteras de Colombia estos mismos criminales detenían los automóviles y secuestraban grupos de gente, como quien arreaba ganado.
Por muchos años unos fanáticos, también guerrilleros, además de matar gente, han atentado miles de veces contra la naturaleza regando petróleo por toda la geografía nacional. Por años que se cuentan sin fin, unos matones armados hasta los dientes quitaron y siguen quitando tierras y vidas a campesinos, a indígenas, a poblaciones afro y a simples agricultores y ganaderos. Y los atracadores de siempre siguen clavando puñales en los vientres colombianos. Parte (oscura) de la historia de Colombia.
Pero lo anterior no es lo interesante, sino lo aterrador. Lo interesante es lo que hacen los colombianos, o han hecho, en medio de esta nefasta compañía de antisociales y sicópatas con ínfulas de redentores. Porque, con un poco de memoria atenta y de datos precisos, y no solo a punta de opiniones emocionales, se puede descubrir una nación, personas concretas, que han progresado a pesar de todos los pesares. El país ya no es tan pobre, mucha gente se sitúa hoy en la famosa clase media. Casi todos los niños y jóvenes pasan hoy en día por escuelas y colegios y es creciente, hasta antes de la pandemia, la población en educación superior. Pasamos de tener unas viejas y mareadoras carreteras a unas vías de doble carril y no han abolido los puestos de empanadas a la vera del camino, ni las vacas que ríen y sus ventas de cuajada con melado, y así se pasea más agradablemente. Ya son millones de familia con vivienda propia. Miles han viajado a otros países. Nuestras ciudades son grandes e interesantes. Los campos han progresado a pesar de todo. En fin, debajo de la balacera suceden muchas cosas interesantes, la gran parte de nuestra historia.
Estas dos historias han generado un hombre y una mujer, los colombianos, con características particulares. Sin duda, seres un poco a la defensiva en vista de tanto malandro suelto. Personas que sienten la vida a veces como algo sujeto trágicamente a la suerte, que puede ser buena o mala. Hombres y mujeres que se relacionan fácilmente, en ocasiones demasiado desprevenidamente, pero que les alegra saberse parte de familias, cuadras, barrios, pueblos, clubes, universidades, como parte de su identidad. Seres emocionales, divertidos, creyentes en la mayoría de los casos, ajenos a los extremismos de cualquier aspecto de la vida.
A la larga, pensándolo bien, las historias de Colombia, han dado como resultado una nación de vencedores, porque a primera vista, en medio de tanta desgracia, lo lógico habría sido tirar la toalla. Pero no. Como el viejo pueblo de Israel en el desierto, no nos abandona la ilusión de una tierra nueva, cielos nuevos, hombres y mujeres nuevos. Esa será la otra historia que también habrá que vivir y escribir.