Hace cincuenta años el Papa Pablo VI se atrevió a publicar un brevísimo documento, titulado Humanae vitae, sobre la regulación de la natalidad, en el cual, entre otras cosas, reafirmó la doctrina de la Iglesia en el sentido de que la procreación humana debe estar regida por la naturaleza lo mismo que la no procreación y no por los métodos artificiales. ¡Quién dijo miedo! Esta enseñanza de la Iglesia se suma a otras locuras de ella misma: que el matrimonio es uno e indisoluble, porque así lo ha querido Dios. O que la vida de relaciones sexuales encuentra su ámbito preciso dentro de la vida matrimonial. Y también, que la vida humana debe ser concebida dentro de la unión del hombre y la mujer y no por otros medios. Y en otro tema, la “terquedad” de la Iglesia la ha llevado a oponerse a cualquier intento de delegar el momento de la muerte en manos de expertos, sin dejar que la naturaleza recorra su camino y la muerte llegue naturalmente. Y así podríamos alargar esta lista de “disparates” que salen a diario de la enseñanza de la Iglesia católica y que hoy más que nunca están sometidas a todo tipo de presiones en contra y hasta de ridiculizaciones.
Hay que reconocer algo evidente: en la práctica, la doctrina eclesial ha sido derrotada por goleada. ¡Qué matrimonio ni qué ocho cuartos! ¡Qué orden sexual ni qué ideas raras! ¡Quién dijo que la eutanasia es mala! ¡Qué es esa tontería de que los hijos deben nacer en matrimonio y con papá y mamá cercanos! ¡Qué es eso de sospechar de los avances de la ciencia para el bien de toda la humanidad! La tribuna, alienada y sin pensar, vocifera para no perder nunca la posibilidad de hacer lo que mejor le parezca sin que nadie se meta en sus “asuntos personales”. Y, así, la manada se ha lanzado hace ya varias décadas a un río infestado de cocodrilos felices de ver cómo les llegan sus presas sin hacer mucho esfuerzo. Porque precisamente la humanidad ha sido convertida en manada, poco pensante, arrebatada por impulsos, sin límites racionales y mucho menos espirituales, convertida en una especie de monstruo que consume todo, devora todo, se indigesta de todo, pero curiosamente no sabe por qué vive en general insatisfecha.
La posición de la Iglesia, tenida por orate por muchos, es muy curiosa en la vida contemporánea. Da la impresión de que pocos le hacen caso en sus enseñanzas y por ello algunos sectores eclesiales han trocado su quehacer en un arte emocional, abandonando su misión profética, que es ardua e ingrata. Pero, por otra parte, son pocos los que se atreven a decir que la Iglesia esté mintiendo en lo que enseña o que, desde el punto de vista racional y aun científico, sus enseñanzas no contengan un sólido fundamento, sean coherentes como un todo y constituyan un cuerpo muy respetable de doctrina. Pero el mundo optó por un pragmatismo que se puede resumir en algo así como un sistema que trabaja para que cada persona pueda hacer lo que le venga en gana, minimizando al máximo la inconsistencia de esta filosofía de vida.
Lejos de producir desánimo en la Iglesia la goleada que el mundo le está dando, ella siente que su disonante voz sigue siendo una luz en una etapa más bien oscura de la vida de la humanidad, al menos en lo que al sentido y la felicidad se refiere. Suele afirmarse que los locos dicen la verdad.