Santos, estrenando gafitas de intelectual posmoderno, a lo Lennon, fue a la Comisión de la Verdad, a “su comisión”, a contar “su verdad” y a pedir extemporáneo perdón. Salvo por las desvergonzadas mentiras, su discurso fue un aburrido rosario de autoelogios, “adánico”, pues antes de él todo eran tinieblas, como en el génesis, y después de él, como concluyó en el discurso de “su Nobel” en 2016, “El sol de la paz brilló, por fin, en el cielo de Colombia”, esa gran mentira que aun hoy pregona contra toda evidencia.
Álvaro Uribe, en respuesta a ese show mediático, dio una entrevista sin libreto, sencilla, en la que brilló la dignidad y, precisamente por eso, se rehusó a pronunciar el nombre de su ministro de Defensa, a quien se refería como “el señor”, para responder su sarta de mentiras.
Que Uribe estaba obsesionado con aniquilar a las Farc, mientras él prefería una “derrota estratégica” para sentarlos a negociar. Que Uribe estimuló la “Doctrina Vietnam”, es decir, el conteo de muertos, mientras él había llegado a cambiarla por una de respeto a los Derechos Humanos. Que los informes de las unidades priorizaban las bajas, hasta que él definió como prioridad las desmovilizaciones, una mentira miserable, no solo con Uribe sino con los ministros que lo precedieron. Las movilizaciones fueron una prioridad desde el inicio del gobierno, afirmó Uribe sin ambages.
Que fue suya la decisión de retirar a 27 oficiales frente a los indicios de falsos positivos, presentándosela al presidente como hecho cumplido para que aceptara, algo que desmiente Uribe, pues fue él quien, sin que nadie le dijera, tomó la decisión de retirarlos y de informarle al país.
Que su viceministro Jaramillo apoyaba la prioridad en Derechos Humanos, mientras que el viceministro Pinzón compartía las tesis de aniquilación de Uribe. Que Uribe nunca aceptó la existencia de un conflicto, lo cual es cierto, dizque para no estar sometido al DIH frente a las Farc, lo cual es falso.
Es extraño, resaltó Uribe, que, si existían tan profundas diferencias, “el señor” nunca las expresó, como ministro ni como candidato; extraño que haya aceptado ser ministro y candidato con banderas que no compartía; extraño que no aceptara la tesis de la amenaza narcoterrorista, mientras calificaba de narcoterroristas a las Farc en inflamados discursos; extraño que desconociera el esfuerzo del gobierno y los anteriores ministros en Derechos Humanos.
No es extraño. Es la misma persona que mintió en campaña y manchó su banda presidencial con esa mentira; la que urdió el cuento del hacker para robarle la presidencia a Óscar Iván Zuluaga; la que juró que ningún delito atroz quedaría sin cárcel y ningún miembro de las Farc iría al Congreso sin pagar antes su pena; la que se inventó los “enemigos de la paz” y persiguió a Fedegan por ser uno de ellos; la que convocó un plebiscito y desobedeció el mandato del pueblo; la que prefería doblegar a las Farc para negociar, y negoció como si él fuera el doblegado.
La misma persona que nos dejó el narcotráfico que financia la violencia y el caos; la investigada por esconder informaciones del Fiscal sobre excombatientes que continuaron delinquiendo; un prevaricato para no dañar “su Acuerdo” ni ensuciar “su medalla”.
La misma persona que se reúne con el Comité del Paro y, a escondidas, con Cepeda y los Comunes; que le sonríe a los de “la Esperanza”, donde tiene a Cristo y De la Calle, y a los progresistas, donde tiene a Roy. ¿Será que, de cara a 2022, estamos frente al “titiritero mayor”?
@jflafaurie