En los Evangelios, se anuncia por boca de Jesús, que quienes lo dejen todo por Él, recibirán muchos bienes a cambio y, también, persecuciones. Así ha sido en buena medida la vida de la Iglesia y de los cristianos a lo largo de la historia. En los años recientes se ha dado un fenómeno creciente contra la Iglesia católica, curiosamente silenciado por los grandes medios de comunicación, consistente en agresiones, asesinatos, desplazamientos y destrucción de sus edificios y símbolos sagrados, en muchas partes del mundo. La imagen más reciente de esta violencia contra la Iglesia, es decir contra los católicos, es la de dos templos ardiendo en Santiago de Chile. Y ya lo ha dicho alguien, lo siguiente será cortar la cabeza de los ministros del altar, en el mismo espíritu de las decapitaciones en Francia. Para allá vamos.
Todo tiene un porqué. Mirando el fenómeno globalmente, la firmeza de la Iglesia en temas que se han vuelto pasto para los radicales, está pasando la factura. Los violentos no quieren creencias ni posiciones firmes, como no sean su espíritu anárquico y su desbordamiento total. Y nada más fácil de atacar que la Iglesia, comunidad que no tiene armas, ni pistolas eléctricas, ni gases lacrimógenos. Y en otros contextos la Iglesia es agredida y perseguida por no cohonestar los gobiernos tiranos, tan en boga en América Latina, África, Asia. Dictadores de todos los pelambres no soportan una voz clara y contundente que los cuestione. Y en las democracias, la persecución a la Iglesia se ha venido dando marginándola en muchos campos a través de leyes que escriben los parlamentos, hoy en general tomados por radicales y agentes de intereses particulares. El mundo, que alguna vez se rasgaba las vestiduras por supuestas hogueras religiosas, hoy las atiza para arrojar en ellas a quienes tienen sentido religioso. ¡Vivir para ver!
No está de más hacerse una pregunta sobre el silencio de los grandes medios acerca de lo que vive hoy la Iglesia católica. Extraña sobremanera su omisión total de la información que recogen numerosas agencias de información sobre el tema. Queda la sensación de que les complace lo que está sucediendo y que quizás es lo que añoran que sucedan tantos y tantas columnistas que, bajo disfrazada civilidad, están encendiendo este fuego anticatólico por doquier. No sería extraño que estas violencias callejeras y editoriales, parlamentarias y anárquicas, toquen a la Iglesia en Colombia. Hace unos días trataron de tomarse la Catedral de Bogotá y la salida de los que lo hacían fue en medio de toda clase de insultos al clero. Y el gobierno local, tan ambiguo en todo, no garantiza la protección de prácticamente nadie en la ciudad. Vienen o ya llegaron tiempos recios especialmente para los católicos. “El que persevere se salvará”, lo dice también el Evangelio.