En armonía con San Francisco de Asís, patrón de la ecología, el Papa Francisco escogió el 4 de octubre, día de su fiesta patronal, para divulgar la exhortación Laudate Deum (Alaben a Dios), que puede considerarse como una segunda parte de la Encíclica de Laudato Si (Alabado seas), sobre el cuidado de la Casa Común, el planeta tierra. Esto en el marco del Sínodo de Obispos.
Dentro de su insistente concepto de la ecología integral, esta carta es un llamado ante el hecho, que pasados ocho años de la divulgación de Laudato Si, el mundo no ha sido suficientemente eficaz en su organización para mitigar la crisis climática.
Ambas recogen el Cántico de las criaturas de San Francisco: “Alabado seas mi Señor, en todas tus criaturas, especialmente en el señor hermano sol, por quien nos das el día y nos iluminas”, basado este en su premisa: “todas las cosas de la creación son hijos del Padre y hermanos del hombre … Dios quiere que ayudemos a los animales si necesitan ayuda. Cada criatura en desgracia tiene el mismo derecho a ser protegida”.
Entre sus seis capítulos y setenta y tres párrafos, llaman la atención tres énfasis: la aceptación del diagnóstico, los límites a la infinitud del uso del poder tecnológico y la invitación a un multilateralismo diferente y efectivo capaz de frenar la tendencia.
Dedica una gran parte al diagnóstico como contrargumento a quienes pretenden, incluso en la misma Iglesia, llevar los signos de la crisis climática a la burla o la relativización. Los subtitula como resistencias y confusiones. Confirma así cómo la crisis es cada vez más patente y cómo resulta imposible ignorar los fenómenos extremos de los últimos años, con el agravante que afectan en mayor medida a los más vulnerables.
De modo contundente, expresa, que ya no se trata de una cuestión secundaria o ideológica sino texturalmente de un drama. Eso al punto que recoge la afirmación de obispos africanos que han llegado a considerar los efectos del cambio climático como “un impactante ejemplo de pecado estructural”.
En segunda instancia, resalta la retroalimentación monstruosa -son sus palabras- del que llama el paradigma tecnocrático, centrado en la infinitud del uso de la tecnología. Alude así a un ser humano que actúa sin límites y cómo la inteligencia artificial y otros avances tecnológicos parten de la consideración de tener capacidades humanas que pueden ampliarse continuamente, hasta el infinito, en virtud de la tecnología. Subraya, en efecto, la obsesión literal por llevar el poder del hombre a niveles más altos de lo imaginable, frente al cual la realidad no humana es un mero recurso a su servicio.
De ahí su frase final que sustenta el por qué la tituló la carta como Laudate Deum (Alaben a Dios): “porque un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para sí mismo”.
Luego de un profundo análisis de los distintos enfoques y conferencias internacionales invita a reconfigurar el multilateralismo, con una debida atención a la participación de organizaciones civiles, que muchas veces han tenido logros que no han alcanzado las naciones unidas e invita a centrar todos los esfuerzos como un punto de inflexión en la próxima Conferencia de las Partes COP28 a realizarse en Dubái.
Bien vale retomar la cita bíblica del inicio de su exhortación (Mt 6, 29): “Considerad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan; más os digo que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos”.
*Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI