Lecciones de Lady Lechuga | El Nuevo Siglo
Sábado, 29 de Octubre de 2022

El humor inglés, que nunca falta, ha denominado a la exprimera ministra Liz Truss que debió presentar su apresurada renuncia la semana pasada como la ministra lechuga. En razón a que no duró en 10 Downing Street ni siquiera la vida útil que se atribuye a esta conocida verdura.

Aunque ya fue elegido Rishi Sunak como nuevo primer ministro para sucederla resulta interesante reflexionar sobre las razones de la caída de la señora Truss. ¿Qué lecciones deja la súbita defenestrada de la flamante primera ministra que apenas duró 45 días en el cargo, el más breve término de un primer ministro en la historia del Reino Unido?

Primero veamos porqué cayó. Cuando Liz Truss ganó su nominación dentro del partido conservador para suceder a Boris Johnson lo hizo con un programa que abogaba, entre otras cosas, por una baja de impuestos drástica y por un incremento abultado de subsidios a los ciudadanos del Reino Unido para compensarles las fuertes alzas que se han presentado allí -como en toda Europa- las tarifas del gas y de la electricidad.

Hasta allí muy bien. El problema surgió cuando a los pocos días de iniciar su mandato puso precipitadamente en marcha su programa en el presupuesto sin tener en cuenta los costos que habrían de tener en las cuentas fiscales la implantación de dichas iniciativas.

Su programa acarreaba un costo gigantesco que conducía a un inmenso desequilibrio en las cuentas fiscales británicas. Y que, como no hay nada gratis en la hacienda pública, requerían de amplios créditos del Banco Central a la tesorería.

Y ahí fue cuando se le vino la estantería encima a la señora Truss. El mercado reaccionó de manera negativa y violenta. La libra esterlina se desplomó. El Banco Central se mostró poco favorable a los créditos que solicitaba el gobierno. El costo de los bonos ingleses se disparó. Los intentos agónicos para salvarse, como el cambio de su ministro de Hacienda, no fueron suficientes. Y las bases del partido conservador terminaron retirándole su apoyo, lo que la obligó a renunciar humillada y con las finanzas públicas de su Majestad vueltas un embrollo.

Su caída no se debió al intento por bajar impuestos a los contribuyentes ubicados en los escalones superiores de las tarifas impositivas, como dijo el presidente Petro, como tampoco a que ampliara inmoderadamente los subsidios a los hogares agobiados con las facturas energéticas. Se debió a que dichas medidas no estuvieron debidamente financiadas. Todo se intentó hacerlo atropelladamente a base de crédito que disparó estrepitosamente el déficit fiscal, de la noche a la mañana.

Resulta interesante observar cómo son de inclementes los mercados en los tiempos que corren ante ligerezas fiscales como esta. A pesar de que en el Reino Unido no existe lo que acá llamamos una regla fiscal (una restricción del endeudamiento máximo por disposición legal) y que, por supuesto, la tesorería inglesa estaba lejos de caer en lo que podríamos catalogar como un estado de insolvencia, bastó la precipitud del gobierno de la primera ministra que creyó factible montar su programa de reducción de impuestos y extensión de subsidios con simple crédito. No contempló otras fuentes y los operadores del mercado la castigaron con una rudeza nunca vista. Hasta el punto de que debió salir de Downing Street sin pena, sin gloria. Y con una melancólica premura nunca vista en la democracia británica.

¿Qué lección deja este episodio para un país como Colombia? Que el gasto público no se puede financiar indefinidamente a base de endeudamiento. Que se necesitan otras fuentes de ingresos que complementen la deuda pues, de lo contrario, cuando se sobrepasan ciertos límites de prudencia, los mercados terminan revelándose haya o no regla fiscal de por medio.

Próximamente se aprobará la reforma tributaria en Colombia. A pesar de que los estimativos del recaudo que obtendrá son significativos (acaso mayores de lo que han logrado otras reformas de impuestos del pasado), no serán suficientes para atender la represa de gastos públicos que se han anunciado o que está en camino.

Los gastos del Estado colombiano -aun con la aprobación de la reforma tributaria que está en curso- no podrán atenderse todos al mismo tiempo. Se impone una cuidadosa graduación y una esmerada priorización en el tiempo. Lo mismo que la búsqueda de otros ingresos fiscales diferentes al uso inmoderado del crédito público, si no queremos ver en Colombia repetirse lo que le aconteció a Lady Lechuga en el Reino Unido.