LIONEL MORENO GUERRERO | El Nuevo Siglo
Jueves, 20 de Octubre de 2011

Grafitos, arte y política
 
Las  recientes manifestaciones de “estudiantes” protestando porque, supuestamente, el Gobierno quiere acabar con la educación pública, no solo contribuyeron a hacer más caótico el tráfico vehicular sino que los jóvenes “educandos” rompieron a su paso vidrieras y garabatearon toda clase de insultos y leyendas. El valor de reparar los daños materiales no tiene importancia para quienes la violencia es medio válido para llamar la atención y en cuanto a las inscripciones, los grafitos (en italiano graffito, graffiti), no solo deben ser aceptados, sino protegidos como ejercicio del derecho a la libre expresión, tanto artística como política o social.
Este es un problema a escala mundial y aunque en algunos países los “grafiteros” son sancionados severamente, en otros se ha tratado de reglamentar su repulsiva práctica, con poco éxito debe reconocerse. Se decía antes “la pared y la muralla son el papel de la canalla”, hoy los muros serían el lienzo de artistas y el folleto de los demócratas.
Erradicar estas inscripciones, usualmente signo de rebeldía, ha sido imposible. Nueva York cuando Rudolph Giuliani y Chicago cuando Richard Daley, crearon escuadrones especiales para combatirlos. Cuando Tony Blair era Primer Ministro de Gran Bretaña prometió “los grafitos no son arte, son un delito. Haré todo lo posible para librar a la comunidad de este problema”. Los políticos mencionados dejaron sus cargos, los grafitos continúan. Se ha ensayado con multas elevadas como en Australia (A$ 26.000) o arresto (en un caso al menos 18 meses) en Gran Bretaña o prohibición de vender rociadores de pintura a menores (Nueva Zelanda) o, además, cobrar los daños de las reparaciones (Estados Unidos). Existen desde la antigüedad: los dibujos rupestres prehistóricos o los muros de Pompeya. Los estudiantes de pintura recogen dinero en las aceras de París y Berlín con sus dibujos. Los baños públicos son famosos por sus inscripciones. Las barandas de muchos monumentos atestiguan declaraciones amorosas. Pero no son razones suficientes para permitirlas. Un paliativo ha sido su reglamentación y esto es lo que están tratando de hacer el Concejo y la Alcaldía de Bogotá en un proyecto de acuerdo que está para segundo debate. En él se reconocen los grafitos como expresión cultural y se deja a la Administración distrital la determinación de los espacios que pueden utilizarse para ellos, algo que no será fácil como podemos imaginar y cuya efectividad es bien dudosa. ¿Se construirán muros especiales como en Taiwán, Budapest o varias otras ciudades? ¿Resistirá un grafitero la tentación de rayar una linda pared, recién pintada, en la carrera séptima o la calle 72? Y como el Distrito no podrá limitar el contendido de los escritos (libertad de expresión), salvo la utilización comercial, ¿se permitirán las expresiones ofensivas? De todas maneras, hay que hallar una solución para evitar que las paredes de nuestras ciudades se conviertan en arquetipo de suciedad, que de esta ya bastante tenemos. Ojalá que nuestros ediles la encuentren.