LIONEL MORENO GUERRERO | El Nuevo Siglo
Viernes, 9 de Diciembre de 2011

Celac, institución inútil

“A medida que pasen los años la Celac va a ir dejando atrás a la vieja y desgastada OEA”. Así expresaba Chávez el objetivo de la nueva institución durante la reciente reunión en Caracas de los países que conforman la Celac. Para el autocrático izquierdista lo ideal sería una organización donde los Estados socialistas no tuvieran el contrapeso de las dos grandes democracias del norte, Canadá y los Estados Unidos. Cuba y Venezuela, sueña, dominarían un continente donde, a base de sus petrodólares, obtendrían una mayoría de apoyos gubernamentales, sea con votos a cambio de petróleo subsidiado, sea por afinidad ideológica de regímenes llegados al poder con financiación chavista.

La Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) fue creada en 2010 en la Cumbre de la unidad de América Latina y el Caribe, en México por iniciativa del presidente Lula, quien quería disponer de un foro donde fuera cabeza de ratón y por Chávez, por las razones expuestas. ¿Por qué los secundaron países como México, Chile, Perú o Colombia? Para no quedar excluidos de un organismo que congregara la mayoría de países de la región. La estrategia sería que desde dentro frenarían las iniciativas antidemocráticas de Chávez y sus prosélitos. Permitieron entonces la creación de una institución adicional (OEA, Aladi, Sela, Mercosur, Unasur, Sica, Caricom, Alba, Petrocaribe, etc.) a donde podrían ir anualmente, los unos, a despotricar contra el “capitalismo”, el “imperialismo yanqui” y los otros a hacer declaraciones ineficaces sobre la importancia de la integración y el comercio interregionales. ¿Qué medidas efectivas podrá tomar la Celac? Ninguna. Nació emasculada para que ninguno de los bandos pudiera imponer sobre el otro medidas que les perturbaran. Se propuso incluir en la Declaración de Caracas o en sus Procedimientos para el Funcionamiento Orgánico una “cláusula democrática” como la aprobada en la XX Cumbre Iberoamericana de diciembre de 2010, es decir, una reiteración de los principios democráticos que deben inspirar a los gobiernos miembros y la posibilidad de suspender la participación de aquellos que los violaran. Hubiera sido un mero saludo a la bandera ya que no hubiera sido posible aprobación de sanción alguna. Ni siquiera esto motivó a la aceptación de un llamado claro a la democracia. Chávez y aliados se negaron. Los otros no quisieron insistir. No vale la pena, pensaron, ya que este organismo, ni siquiera tiene una Secretaría Permanente y además “las decisiones se adoptan por consenso en todas las instancias”. Para las medidas importantes rige entonces el derecho de veto, si un Estado miembro no está de acuerdo, no hay decisión.

Los pasivos líderes demócratas deberían pensar que si vale la pena afirmar la democracia y que algún día se les podría hacer la recriminación que hizo su madre a Boabdil. El gasto inútil, en dinero y en tiempo de gobernantes que mejor hubieran hecho quedándose trabajando en sus países, no tiene justificación.