LIONEL MORENO GUERRERO | El Nuevo Siglo
Viernes, 23 de Diciembre de 2011

La mano peluda

Nuestros políticos volvieron a revivir La Mano Negra o Mano Peluda, que tan de moda puso López Michelsen, para atribuir a fuerzas ocultas, a movimientos clandestinos, la causa de aquellos hechos que escapan a su control o simplemente les incomodan.

En junio, el presidente Santos, para defenderse de acusaciones sobre el incremento de la criminalidad, culpó a la “mano negra de la extrema derecha” de querer exagerar la inseguridad y a la “mano negra de la extrema izquierda” de tratar de desestabilizar la institucionalidad del país. Este mes, el electo alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, que comenzó a mostrar el cobre antes de posesionarse y con su declaración de querer fusionar las empresas de Energía y de Telecomunicaciones de Bogotá hizo que el valor bursátil de estas entidades descendiera apreciablemente haciendo perder en el proceso un buen porcentaje de sus capitales a los inversionistas, no encontró mejor justificación que atribuir el insuceso a la “mano peluda” de los especuladores. Hasta Chávez atribuye a “infiltraciones de manos peludas” la oposición paraguaya al ingreso de Venezuela a Mercosur. Estas explicaciones “conspirativas” son viejo recurso de quienes encuentran dificultades para solucionar situaciones bajo su responsabilidad (López Michelsen, Santos) o para explicar sus errores, atribuyéndolos a poderosas fuerzas ocultas (Petro) contra las cuales es difícil luchar. Karl Popper hace notar que el totalitarismo se origina frecuentemente en teorías conspirativas racistas (antisemitismo de Hitler). También son adoptadas por quienes tienen tendencias paranoicas y creen encontrar detrás de hechos importantes una siniestra confabulación, como muchos lo han hecho respecto del asesinato de Kennedy (atribuido a la extrema derecha), la muerte de la princesa Diana (a la familia real), el maremoto de 2004 (a los Estados Unidos), la muerte de Bolívar (a la oligarquía colombiana), etc. De un lado, el de las fuerzas del bien, están ellos como sus paladines, del otro, las fuerzas del mal que tratan de oponérseles. Naturalmente las acusaciones nunca se prueban y Bolívar fue exhumado inútilmente. Petro nunca dijo quien era el especulador de marras y Santos se negó a responder la solicitud del Procurador de identificar a los conspiradores para poder procesarlos.

Pero, si los políticos acuden a este sofisma es porque paga dividendos. No pocos son los que dan credibilidad a que el holocausto judío no existió, que el ataque del 11 de septiembre a las Torres Gemelas fue una estratagema yanqui y que los genocidios de Mao y Stalin son fábulas occidentales. La teoría de la conspiración es (Michael Barkun) la creencia según la cual se explica un acontecimiento como el resultado de una confabulación secreta por parte de conspiradores excepcionalmente poderosos y astutos con fines malévolos. Así como quienes creen en brujas y naves extraterrestres no son los más instruidos, es también en este estrato donde se encuentran los adeptos a las teorías conspirativas. Los políticos deben dejar de insultar nuestras inteligencias.