Reelección en juego
Se menciona que los conflictos armados culminan siempre mediante un acuerdo; probablemente es así en la mayoría de los casos, cuando una de las partes, usualmente la gubernamental, no aniquila a la otra. Pero acuerdo no significa aceptar las pretensiones de la contraparte. Los de la II Guerra Mundial simplemente reconocieron la rendición incondicional de los derrotados. Otros, como en Suráfrica, incluyeron concesiones recíprocas que garantizaron algunos derechos a los perdedores.
Es reconocido que no finiquita una negociación sino cuando una de las partes realiza que es mejor llegar a un acuerdo antes que ser completamente derrotada o cuando ambas llegan al convencimiento de que ninguna puede obtener la victoria y que continuar el conflicto es desangrarse inútilmente. ¿En cuál de estas dos situaciones estamos? Queremos creer que las Farc consideran que cada día se debilitan más (de 20.000 hombres están en 8.000) y que mejor llegar a un acuerdo antes de ser reducidas a una “bacrim” más como el Eln, por esto el Gobierno tiene razón en no aceptar un cese al fuego que daría a la subversión un segundo aire y la motivaría a prolongar las negociaciones; continuar las operaciones es la única manera de demostrar a los guerrilleros que no pueden ganar por las armas. Obviamente que las Farc no van a reconocer esto públicamente y para demostrar lo contrario vienen incrementando sus actos terroristas. De otro lado, aunque el costo del conflicto pesa sobre el desarrollo del país, Colombia, mientras continúa creciendo económicamente, puede seguir golpeando a la guerrilla como lo ha venido haciendo, hasta derrotarla completamente. No hay un solo ejemplo en el mundo en que una subversión, sin apoyo externo, haya derrotado a un gobierno con voluntad política de triunfar. No creo que la hayamos perdido.
Muchos, pasado el momento de la euforia inicial, han expresado sus reservas sobre las negociaciones con las Farc. Inspiran escepticismo, además del recuerdo del Caguán, el comprender en la agenda temas como la reforma agraria y la política de drogas; la inclusión de Cuba y Venezuela en el proceso, especialmente del vecino país, por la aparente debilidad de nuestro Presidente frente a Chávez, quien sigue permitiendo la presencia de la guerrilla en su territorio (recordemos que Uribe tuvo que excluirlo, por su parcialidad, de unas incipientes negociaciones, lo que motivo represalias económicas); la dirigencia fariana no va a aceptar pagar un día de cárcel y las amnistías están descartadas. Añádase el deseo de Santos de ser reelegido lo que podría, creen algunos, inducirlo a concesiones excesivas en el 2014. Está también el cinismo de las Farc cuando afirman que no tienen ningún secuestrado pues, dicen, esta no es su política hoy y que son ajenos al narcotráfico. Santos sabe que el país no va a permitir otro fracaso y él, buen político, no se expondría a ello. Se juega la reelección.